sábado, 23 de junio de 2012

La indecisión de ser gay





De haber tenido la oportunidad de “elegir”, habría preferido ser heterosexual, más alto, con otra voz y una nariz más pequeña. A veces, cuando me pongo algo intenso, pienso que habría “elegido” no haber nacido del todo.

            Pero aquí estoy.

            1,68, nariz incómodamente grande, voz de dudosa procedencia y homosexual. No, no fueron “decisiones de adulto”, no fueron el resultado de la aplicación de “mis derechos”, así nací, nos guste o no.

            Así que no es una cuestión de quién decidió qué con su vida o sexualidad, es una cuestión de humanidad. Todos tenemos dos cosas en común: nacimos y nadie nos preguntó si queríamos hacerlo.

            Vivimos una vida regalada sin querer. Desde el momento en el que fuimos expulsados al mundo, no nos dieron más alternativa que aprender a gatear, anunciar cuándo teníamos hambre o cuando habíamos ensuciado el pañal, luego a caminar, a dar un beso y nuestra opinión.

            Más allá de lo enseñado, aprendimos en la práctica a huir de los matones, a no estar de acuerdo, a aguantar las ganas de llorar y a indignarse.

            Si todos llegamos a este mundo sin culpa, ¿quién le da “la verdad” a algunos?, ¿por qué no estoy yo en la Asamblea Legislativa diciendo que por dicha no tengo familiares cristianos y que semejante clase de gente embobada no puede casarse?, claro que no, eso significaría un desorden espantoso para la familia homosexual que dominaría el mundo.

            No tengo nada contra los cristianos. Tengo buenos amigos y familiares que siguen a su buen amigo Jesús y aman a su prójimo sin discriminar. Era solo un ejemplo.

            Nadie nació porque quiso, pero “jueputa”, todos los que vamos a votar lo hacemos porque queremos. ¿Cristianos que odian, se burlan e ignoran a sus semejantes?, ¿mujeres que minimizan las necesidades de los hijos de su nación?, ¿qué clase de “engendros”, como nos llaman en la otra dirección, estamos poniendo a liderar este país?

            Si ya estamos aquí y tenemos que tomar decisiones, ¿qué tal si lo hacemos bien?, ¿qué tal si entendemos que el otro, el enemigo, el desconocido y hasta nuestros familiares también están aquí sin querer?

            Todos tenemos fantasmas en la cabeza, todos necesitamos algo y tenemos miedo. Repartamos este mundo entre todos, que nuestro paso forzado sea provechoso y nadie se sienta defraudado.

            El mundo no es de los que terminan en puestos inventados por quién sabe qué muerto liderando porciones de tierra. También nos pertenece y merecemos disfrutarlo igual que el resto.


(Como cuando fui pato y no me gustó)

viernes, 22 de junio de 2012

Mochileando en Costa Rica - Volcán Turrialba

Mochileando en nuestro propio país. Mi mejor amiga, Daniela, y yo nos fuimos a pasear al Volcán Turrialba Lodge el 10 y 11 de junio, 2012. En el camino conocimos pueblos y gente. Los sitios cercanos al volcán son maravillosos y el silencio y la tranquilidad que se respira, únicos. Recomendamos el viaje, aunque este represente horas de viajes inciertos, largas esperas y caminatas bajo la lluvia. Costa Rica es preciosa y deliciosa. Disfruten.
 




Bandido, el perro del hotel


Al fondo, la ciudad de Turrialba


Viendo el volcán


Viendo el volcán


Vista desde nuestra cocina


Vista desde nuestra habitación


La calefacción


Caminata de regreso



lunes, 11 de junio de 2012

Volcán Turrialba - Trailer

Estos son los prólogos de la serie de videos y la crónica que estaré publicando sobre mi último viaje a uno de los cuatro volcanes que rodean el Valle Central de Costa Rica. El paseo fue realmente hermoso pero en el camino nos sucedieron algunas cosas dignas de ser reveladas al mundo. Disfruten:

 

jueves, 3 de mayo de 2012

La Chiquita - V Parte





El Poema

No me creyeron, naturalmente, pero mi mamá quiso saber más.
-       Es en serio, ella tiene un calendario.
-       Tráigalo. – me retó mi hermano menor.

Tardé menos de la mitad del tiempo en volver sin la necesidad de correr. La puerta seguía abierta y entré. La súbita presencia de tanto color blanco en el suelo me detuvo en seco.
Desde la puerta hasta el armario, sin manchas ni pisadas, había un poema escrito con tiza blanca. La chiquita me contaba su historia. Quería leerla pero mis piernas me llevaron hacia atrás hasta perder de vista las palabras y corrí de regreso. Mi familia me esperaba de pie.

-       ¡Escribió un poema! ¡La chiquita tiene 40 años y escribió un poema!

Una luz escandalosa nos cegó y el claxon del vecino casi me hace vomitar. Se abrió la puerta principal y entró la noticia de que debíamos desalojar.

-       Me voy para la ciudad ya. Se vienen conmigo o no podrán salir. – el tono de emergencia los convenció a todos y empezaron a reunir sus cosas.
-       ¡No! ¡La chiquita!
-        
Mi hermana me lanzó un bolso y mi papá casi me atropella al salir.

-       ¡Mami! Escribió un poema…

El vecino encendió el auto y mis hermanos corrían para montarse.

-       ¡Mami!

Las luces del auto lastimaban las sombras del interior y adentro las puertas se cerraban. Solo mis dos hermanos seguía adentro y no podrían ser ellos los que cerraban tantas puertas al mismo tiempo.

-       ¡La chiquita tiene 40 años! ¡Ma!

Mi mamá salió de la casa sin prestarme atención, segura de que ignorándome iba a dejar aquel asunto de lado.

-       ¡El poema! ¡Tiene 40 años! El poema…

Me rendí. Caminé cabizbajo por el pasillo principal hasta la puerta. El auto estaba listo para partir y ya la luz no entraba. Cuando pasé por la oscura puerta de la cocina dos ojos me miraron a seis centímetros de distancia de los míos sin que me diera cuenta.
La chiquita era parte de la casa y ninguno de mis sentidos la pudo percibir. Quizá susurraba el poema pero mi fracaso era más grande que eso y le cerré la puerta a las palabras.

Abrí los ojos y el calor de mi casa desalojó el frío de aquella poco a poco mientras me incorporaba en la cama y escupía los últimos versos de un poema que nunca leí.



miércoles, 2 de mayo de 2012

La Chiquita - IV Parte



El Calendario

Era, sin duda, la habitación de una niña. La cama estaba vestida de rosado y las muñecas viejas y de ojos saltones estaban sentadas sobre ella.
En las paredes había espejos y lámparas de aceite. Dos sillones forrados con telas estampadas de flores miraban de frente la cama y a la derecha se levantaba un imponente armario blanco.
En un escritorio frente a la ventana había una colección de diarios, libros, plumas y pequeños adornos de cerámica.
Mi cuerpo se estremecía con cada paso que daba. Quería conocerla pero sin tener que verla. El corazón se me partía al descubrir la soledad de aquella pieza y saber que la habitaba una niña.
En aquellos pueblos, la gente acostumbraba a colgar un calendario en sus habitaciones con la fecha de su nacimiento marcada para no cambiar jamás la página. Yo lo sabía y lo quería encontrar.
La luz era más intensa que en el pasillo y supe que era porque las ventanas estaban limpias. El calendario mostraba una imagen de dos niños desnudos comiendo uvas y los colores se habían ido hacía décadas.
Décadas.
¿Décadas?
Correr en aquella casa era algo estúpido pero igual lo intenté. Debía encontrar a mi familia que estaría reunida en alguna sala de estar en silencio. Volví a llamar a mi mamá pero no me contestaba.
Los nervios estaban a punto de salírseme por la piel y en cuanto divisé el contorno de dos cabezas contra la luz de una ventana caí paralizado de rodillas frente a ellas.
Mis hermanos me vieron con asco y mis papás no se dignaron a verme a la cara. Era impensable que yo me atreviera a romper el hechizo del silencio de aquel paraíso congelado.
-       ¡La chiquita tiene 40 años!

martes, 1 de mayo de 2012

La Chiquita - III Parte




El Viento

Había envejecido. Aquella semana ya había hecho mella en todos y ahora teníamos rostros de viejos sabios. Yo aún deambulaba solo por los vericuetos de aquella casa infinita y terminé, como siempre, en la puerta de La Chiquita.

-       Mami, ¿quién vive ahí?
-       Qué triste, ¿verdad?, los vecinos dejaron a la chiquita aquí sola. – me dijo desde alguna parte de la casa.

La puerta no tenía candado.
Mi razón impedía que levantara el brazo y empujara la puerta, con el rabillo del ojo vigilaba la ventana sin atreverme a asomarme y la nuca registraba cualquier movimiento detrás de mí en aquel largo pasillo.
La casa crujía. Los vientos habían aumentado su velocidad y todas las noches oíamos los lamentos de los árboles y el techo.
Esperé.
La puerta se abrió con el viento.
Entré.

lunes, 30 de abril de 2012

La Chiquita - II Parte



El Candado

Había pasado algunas noches, o tal vez solo fue una, cuando me encontré de nuevo frente a la última puerta. Esta vez vi que a mi izquierda había un gran ventanal.
            A través de sus sucios vidrios pude distinguir el contorno de los árboles más cercanos y una pequeña construcción. Supuse que era la casa de los vecinos y la distorsión del vidrio la hacía ver mucho más cerca o era una extensión de la nuestra. No me atrevía a salir a averiguarlo.
            De pronto me encontré tratando de adivinar siluetas humanas afuera y, sin saber si realmente estaba detrás de mí, volví a preguntar.

-       Mami, ¿quién vive ahí? – y señalé la puerta sin volverla a ver.
-       La chiquita, la hija de los vecinos. – contestó a mis espaldas y luego desapareció entre las sombras.

Dejé la ventana y caminé hacia la puerta. Estaba cerrada con un candado, era grande pero unas seis décadas más joven que la aldaba que cerraba.
Cuando intenté tocarlo, una sombra apareció justo al lado de mi cabeza desde el otro lado de la ventana. Mis nervios no soportaron la sorpresa y tiraron mi cuerpo contra la pared contraria.  Desde el suelo, mis ojos se fijaron en la ventana tratando de adivinar los detalles de aquel rostro.
El grito nunca salió de mi garganta.

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Por Marqo Adrián

domingo, 29 de abril de 2012

La Chiquita - I Parte





La Puerta

La única vía de acceso al pueblo era un camino de lastre que le tomaba a un auto de doble tracción seis horas en completar desde la conexión con la carretera principal.
            Mi familia y yo tardamos cuatro más en llegar a ese punto desde la ciudad y ya no nos quedaban fuerzas para sonreír cuando pudimos descargar las cosas del auto y entrar a la casa que nos habían prestado para pasar las siguientes dos semanas. Habíamos decidido tener unas vacaciones distintas y aquella parecía una alternativa perfecta.
            No había acceso aéreo porque el bosque circundante era demasiado denso, la lluvia caía casi invisible pero constante y el aire era frío y nostálgico. La nuestra era una de las seis casas que componían la comunidad, los vecinos más cercanos estaban a poco más 100 metros y al medio día apenas veíamos las luces de las ventanas a través de la neblina.
            No había electricidad ni agua corriente y las otras cuatro casas estaban ocultas entre los árboles. Estábamos prácticamente solos.
            La casa era enorme y de madera y fue construida hace más de 120 años. Las once habitaciones estaban repartidas de manera laberíntica y el orden de las salas de estar, la cocina, el comedor y otras zonas comunes era tan improbable como inútil.
            Los seis hablábamos en susurros para proteger la antigua paz que reinaba aquel lugar secreto y en pocas horas nos acostumbramos a no decir nada. El tiempo empezó a pasar más lento y yo me perdí entre pasillos, puertas y ventanas.
            Un par de horas después de que se apagara el exiguo sol llegué a la última puerta del último pasillo. Como si hubiera estado ahí todo el tiempo, el perfil de mi madre se dibujaba entre las sombras.

-       Mami, ¿quién vive ahí? – pregunté casi telepáticamente para no romper el silencio.
-       La chiquita. –  contestó ella con naturalidad. Y se fue.

jueves, 26 de abril de 2012

Las montañas también lloran



Cuando salgo de madrugada de mi casa para ir al trabajo, me encuentro, al Este, con varios picos imponentes que miran hacia el Valle Central. Son las mismas montañas que están en el fondo de innumerables recuerdos infantiles y adolescentes.
            A veces las nubes caen rendidas sobre los picos y parece una avalancha de algodón, otras veces el cielo despegado deja ver algunas estrellas y la individualidad de los árboles más altos de la cima, y un día hasta vi cómo amanecíamos con nubes rosadas. Pero pase lo que pase sobre ellas, las montañas me miran con la misma cara, desde la misma distancia y la misma altura. Siempre.



Pero ya sé que la palabra “siempre” no significa nada y juro que esas montañas un día van a desaparecer. Hoy hace cuatro años mi concepción de la estabilidad cambió otra vez. Llegó de un solo golpe, justo después de despertar en plena madrugada.
Me costó despertar, lo admito, la súbita aparición de mis hermanos en mi cuarto (que vivían a más de 100km de distancia) no logró arrancarme de la cama hasta que alguien empezó a murmurar con aquel tono de tragedia.
Abrí los ojos.

Al otro lado de la habitación estaba mi hermana viéndome a la cara esperando que la mirara.
-       ¿Cómo está abuela? – susurré.
La respuesta no fue pronunciada pero el frío movimiento en sus labios me la dieron: el mundo de papi había perdido los frenos.
¿Dónde está mi papá?


Una mujer pequeñita había migrado hacia la ciudad en busca de una mejor vida para sus hijos. Luchadora, emprendedora y nadando siempre contra la corriente.
Un hombre grande había vuelto a la ciudad en busca de sus orígenes después de trabajar en cuanto oficio no calificado hubiera en todas las provincias del país. Estaba en su casa, en su barrio, en su tierra. Luchador, emprendedor y nadando siempre contra la corriente.
Aquella minúscula mujer tenía un corazón enorme y aquel hombre de acero tenía ideas enormes. Se conocieron, se casaron y adoptaron a mi papá.



 El desayuno de los niños, las llamadas a los familiares, los horarios de los eventos, la cancelación de los planes de todos, llamar a los trabajos, mudarnos, meternos al auto, llegar.
El 92% de los presentes en la vela eran desconocidos. ¿Quiénes son estos?, ¿quién era mi abuela?... ¡¿dónde está mi papá?!
            Y entonces lo vi. El mundo se detuvo en seco, se apagaron las luces y la verdad me pegó en la cara como un puñetazo:
            Mi papá estaba llorando.

EL PÁNICO
El pánico me puso una sonrisa en el rostro y se escondió detrás de mi obsesión por ordenar el caos. Pasé horas fingiendo que recordaba a medio mundo cuando me saludaban, hablando con el abuelo tratando de que no rompiera en llanto, intentando que papi comiera algo y tratando de entender en qué parte de mi vida había descuidado la relación con abuela.
No tenía idea de lo que pasaba entonces por la cabeza de mi papá. No quería saberlo, no todavía.
Cuando los segundos no lograban alcanzar en número a las lágrimas de mi papá logré sacar a mi hermano del salón para manejara, luego convencí a mis abuelos maternos para que nos llevaran a su casa a comer y una vez ahí convencí a mis hermanos para que comieran.
             Esos pequeños triunfos me mantuvieron al margen de lo que sucedía hasta el día siguiente. Cuando llegamos, después de carreras matutinas y sin saber el paradero de nuestros padres, lo vi otra vez.
           
            No era el mismo.
El papá de mi infancia y adolescencia no había llegado al entierro, ese era otro. Ese, en vez de ser invencible, estaba sentado en primera fila, viendo lo que se le iba, intentando sobrevivir.
            En los entierros la gente camina como estúpida detrás del ataúd hasta el cementerio procurando que les de cáncer de piel, aún no entiendo porqué la gente exhibe sus eventos más tristes. Este entierro no fue la excepción y ahí íbamos, cuesta arriba.
            Papi también caminó, siempre al frente con sus hermanos, y nosotros íbamos atrás, asustados y escondidos entre la muchedumbre, vigilándolo. ¿Dónde está mi papá?

            Después de tantas ceremonias y silencios prolongados, la parte más difícil de la despedida llegó. La abuela era colocada en su última cama para siempre, las hermanas se despedían con un leve roce de sus manos sobre el ataúd y los niños colocaban flores.
            Papi estaba siempre a su lado, llorando. Y luego mi hermano mayor lloró y luego los demás lloraron y yo me quedé atrás sin saber cómo llorar. ¿Dónde putas está mi papá?

MI PAPÁ
Dos de los eventos más difíciles en la historia de mi papá han impulsado mejorías inmensurables en nuestra relación. Este fue uno de ellos.
            Cuando la tumba estaba sellada y la mayoría de la gente se había ido me acerqué a él. Parecía que había vuelto a este mundo y me hablaba. Me dijo cuán buena era su madre y cuánto la iba a extrañar. Creo que desde que nací no habíamos permanecido abrazados por tanto rato.
            Y luego, de nuevo, me cambió la vida:
-       No nos va a pasar lo mismo, Marquito, desde hoy vamos a tener una mejor relación.

Y así es como ahora tengo una montaña más alta que antes. Y sí, es una montaña que llora.


Mi papá, mis hermanos y yo nos conocimos otra vez, nos abrazamos cada vez que podemos y nos recordamos cuánto nos queremos. Es increíble la magnitud de lo positivo que puede resultar de un evento tan devastador.
Ese día la vida despedazó a mi papá y lo dejó tirado sobre sus propios huesos rotos. Pero papi se levantó, se volvió a armar, aprendió la mayor lección de su vida y la puso en práctica de inmediato.
Cuatro años después mis ojos finalmente se humedecen de agradecimiento a aquella extraordinaria mujer que educó a mi papá y que de alguna manera me lo volvió a regalar, sano, valiente, invencible y mío. Mío para siempre.




domingo, 11 de marzo de 2012

Sin frenos


Dos estudiantes de Comunicación de la Universidad de Baja California vinieron a Costa Rica a pasar un cuatrimestre antes de graduarse y enfrentarse de lleno a la vida adulta lejos de la Universidad. Se llaman Jonny y Vanessa.

Para su suerte, y la mía, se encontraron conmigo y Mona, mi mejor colega. En mi casa tenemos un auto grande casi en desuso, Jonny trajo una licencia de conducir (en desuso por falta de auto) y todos queríamos salir a pasear. El momento, las personas y el país correcto se unieron y nos regalamos un día espectacular.

Paisajes
Desde el centro de Coronado y su famosa iglesia de estilo neogótico, Jonny tomó el volante de la aventura. Con unos nervios de acero, una paciencia profética y gran concentración logró llevar a buen rumbo las atropelladas y confusas direcciones que me tocó darle.
San José nunca resultó un lindo paisaje, tampoco Cartago centro. Vivimos la triste realidad de dos ticos y dos mexicanos perdidos en la antigua metrópoli en un auto que consumía presuroso las últimas gotas que le quedaban de gasolina.
Cinco personas nos dieron direcciones para encontrar la estación de servicio más cercana, tuvimos que atravesar la feria del agricultor tres veces y hasta pedir instrucciones de vías y curvas para llegar.
Después de revisar el aceite, el agua y poner gasolina, fuimos a sacar dinero, visitamos la misma feria que nos había estresado minutos antes y compramos frutas para los tijuanenses. Es importante destacar que Vanessa casi paga siete mil colones por cinco aguacates cuando le dijeron que costaban setecientos.
El camino entre Cartago y el Volcán Irazú es increíblemente precioso. Vale la pena detenerse en cualquier parte y admirar. Tijuana (como le llamaremos ahora a Jonny y Vanessa juntos, como una unidad) estaba impresionadísima, tomamos muchas fotos de camino: la neblina que de pronto cubría la carretera, las vacas que caminaban obedientes por la orilla, los picos de las montañas que se asomaban después de cada vuelta y el valle a nuestros pies.

Jonny llevó, exitosamente, el auto desde Coronado hasta el Volcán Irazú y ahí volvimos a tierra firme: a caminar, correr y saltar como niños en Playa Hermosa.

Yo he estado en ese volcán muchas veces pero nunca me había sorprendido tanto, quizá cometí el error de creer que ya lo conocía bien y que sabía a lo que iba. Pero no.
El cielo completamente despejado, la boca del cráter abierta como una carcajada, la vegetación misteriosa y llamativa, los animales que caminan libres entre los humanos, la brisa fresca y el sol brillante… todo, es un lugar mágico. Por eso me conmoví en silencio cuando Jonny y Vanessa llamaron a sus madres y les dijeron:
- Ma, ¡estoy en la cima del mundo!


Riesgos
Les había dicho que este año mi única meta era correr más riesgos. Bueno, este cumple gran parte de la cuota. Jonny no es costarricense, no lleva más de tres meses aquí, no conocía el camino y yo nunca había salido en ese auto sin mi mamá.
Era obvio que algo debía pasar. Cuando bajábamos del Volcán Irazú el auto se quedó sin frenos.
Al principio, como buen capitán que busca soluciones antes de provocar el caos, Jonny no nos dijo y utilizó el freno de mano. Cuando tuvo el auto lo más estabilizado posible nos dijo lo cerca que estábamos de morir.
Entre explicaciones nerviosas de cómo funcionan los frenos, de qué estaba pasando y maniobras con el de mano nos salvó la vida hasta que empezaron a funcionar otra vez. Increíble. Intenso.
La carretera entre Cartago y San José es peligrosa, mis tíos sufrieron un accidente en esa misma del que la familia aún se recupera y nos dio otro gran susto hoy.
Todos los autos y buses avanzan a la misma velocidad, casi, pero de pronto el bus que iba al frente frenó en una parada en media pista. Jonny maniobró para esquivarlo y cuando pasábamos a su lado otro bus nos rayaba por la izquierda. Los cuatro pegando gritos.
El bus siguió y nosotros detrás. Pálidos, no lo podíamos creer.

Los frenos

No siempre son buenos. ¿Por qué dos tijuanenses deciden detener sus vidas para viajar al otro lado del continente, vivir solos, aventurarse a alquileres de apartamentos, compras en un país extraño, comidas nuevas y una cultura diferente? ¿Por qué dos ticos los reciben con carcajadas e invitaciones, les prestan un auto y pasean con ellos? ¿Por qué hay muchos que se quedan en casa escondidos en excusas y otros respiran profundo el aire frío de la cima del Volcán Irazú después de caminar hasta el mirador más alto?
Aflojen un poco los obstáculos que ustedes mismos se ponen y corran más riesgos. Los frenos de los autos sí son importantes, aclaro.
Como dice mi papá: Es más divertido desfilar que ver el desfile pasar.

Costa Rica

El Jonny y la Vane aún no habían probado el Gallo Pinto pero les encantó. Tuvimos un desayuno delicioso y efectivo.

Cuando ya no había palabras de asombro que intentaran explicar lo que veíamos, el silencio nos dejó grabar el hermosísimo paisaje en nuestras memorias.

- Qué país más hermoso tienen ustedes – dijo Jonny admirando el cráter desde arriba.
- ¡Qué dichosos! – agregó Vanessa.
- … lo sabemos. – coreamos Mona y yo sin apartar la vista de las majestuosas paredes del coloso.


Recuerdos

Por más que Jonny, Mona, Vanessa y yo contemos, describamos y mostremos videos y fotografías, los demás no van a entender lo que nosotros vivimos. La mente es maravillosa por dejarnos conservar estas experiencias para siempre.