jueves, 13 de marzo de 2014

Entierros


***Soñando en la noche entre 12 y 13 de marzo del 2014***


Cuando me acosté a dormir me coloqué como siempre, de espaldas, con los brazos y las piernas estiradas y mirando hacia arriba. No hubo pensamientos ni vueltas de almohada, caí inmediatamente.

Las luces de las cámaras me encandilaban un poco pero yo mantenía la sonrisa. Era uno de los invitados internacionales para un programa de televisión en un país pequeño, casi desconocido y muy, muy frío.
            Cuando salí de las grabaciones, me llevaron a los apartamentos que ocupábamos los invitados. Todo era muy sobrio, apenas lo necesario y no había decoración. Cada barrio de la ciudad tenía una plaza central. Me habían advertido de no salir, decir, hacer o no hacer nada si no se me indicaba. Así que permanecí en mi habitación en silencio durante horas.
            Cuando decidí salir, bajé las solitarias escaleras para comprar algo en la tienda del primer piso. Todas las puertas de todos los edificios de la ciudad están custodiadas. Una señora con una sola expresión abrió el portón sin dejar de verme con severidad a los ojos. Cuando crucé y vi que las personas que estaban en la tienda estaban detenidas en sus lugares, mirando el suelo como congeladas por un conjuro, recordé que había dejado mi identificación arriba. Percibí temor en aquellas figuras cabizbajas y se me erizó la piel.
            Me devolví y le dije en un susurro y con una sonrisa a la señora de la entrada que ya volvía porque debía subir para traer mi identificación. Ella abrió el portón de nuevo y sin cambiar de expresión contestó:
-          No lo esperábamos hoy – apenas crucé el portón, dos guardas grandes me tomaron por los brazos y me llevaron a la salida trasera del edificio.
Entramos a una bodega y me dejaron de pie al fondo, abrieron una puerta y me dejaron ver la plaza central. Una vez ahí me dijeron que para haberme permitido la entrada al país, me habían casado civilmente con una nacional, justamente mi compañera en la producción televisiva en la que trabajaba.
-          Solo podrá moverse de acá cuando su esposa lo encuentre. No será notificada. – y salieron.

En ese país no existían los teléfonos y la opresión de la autoridad era tan fuerte que nadie se atrevía a ayudar a otro sin temer por su vida. Y los guardas procuraron hacérmelo entender. Yo ya sabía que se aplicaban medidas extremas de tortura a la población pero jamás pensé que llegaría a presenciarlas tan rápido ni tan cerca y mucho menos ser amenazado o incluso víctima de ellas.
Solamente el marco de la puerta me separaba de la plaza central, ahora convertida en un verdadero sembradío de manos humanas.
A todas las personas que encontraban culpables de desorden o alguna falta, las enterraron vivos de pie y solamente dejaron visibles sus manos como evidencia, advertencia y para determinar cuándo morían. Algunas todavía se movían. El par de manos más cercano a mis pies movía los dedos con desesperación. No pasó mucho tiempo y ya yacían muertas contra la tierra.
Desesperé, pasaron horas, empezó a oscurecer y la temperatura bajó muchísimo. Mis párpados, acostumbrados a cerrarse cuando debían, pesaban como ladrillos y empecé a marearme. En un instante quedé dormido de pie y cuando desperté moví una pierna de su lugar para evitar caerme.
Volví a mi lugar de inmediato pero ya mi respiración se había acelerado, me di por muerto, escuchaba palas abriendo agujeros en la fría y violada tierra de la plaza. Luego voces y luego, pasos detrás de mí.
Era mi esposa, me susurraba algo en su idioma, me miró con temor, sabía que rescataba a un extraño imprudente y que eso podría costarle más que la vida. Dudé pero ella me llamó con las manos, un guarda apareció en la puerta con un arma en las manos y me miró fijamente a los ojos. Ella insistió con una mirada de desesperación. La seguí y subimos a la casa temblando de miedo.
El subconsciente me llevó en un parpadeo al salón principal de mi universidad en mi país natal. Narraba mis experiencias y lloraba al frente de una multitud atónita. Lloraba y gemía y solo recibía miradas cargadas de lástima y resignación.
Cuando vi a mi mamá, me tiré al suelo y le rogué con los ojos llenos de lágrimas que no me llevara de vuelta. Ella sonrió con tristeza y me dijo:
-          Es cierto, usted solo ha vivido muy poco tiempo allá. No ha experimentado un regreso… es bonito, nos hacen lindas recepciones.

El eco de sus terribles palabras resonaba sobre el motor del auto que ya subía hacia el hospital de migración. Todos pasábamos por meticulosos registros corporales antes de entrar al país.
Traté de tranquilizarme y respirar con naturalidad. Miré a los ojos a mis compañeros de auto, todos eran extraños y todas sus miradas gritaban lo mismo: miedo.
Bajé la ventana y dejé que la nieve se colara en el auto, cerré los ojos, suspiré y les dije:
-          Me encanta este clima.

Nos recibieron con bandejas de frutas oscuras y de mal aspecto, dos campesinas cabizbajas nos servían.
Cuando pasamos las revisiones salimos por un gran almacén donde se recuperaban las maletas después de la inspección. El régimen había traído a mi mamá, mi padrastro y mi hermana a vivir en el país para mantenerme controlado.
Mi padrastro trataba de cargar una gran manguera que debía llevar hasta la casa que habitaban pero chocó contra un guarda y provocó que una carga líquida se derramara sobre los dos. El líquido ensució a mi mamá y a mi hermana. De inmediato, todos los viajeros nos quedamos quietos con las cabezas agachadas mientras los guardas emprendían contra él.
Fue entonces cuando tuve que tomar la decisión más fría de toda la experiencia. Los demás viajeros entendimos que ya podíamos movernos y que no debíamos hacer el menor ruido y salir lo antes posible. Entendí de inmediato que todos los que se relacionaran con los culpables del desorden público serían apresados.
Empecé a caminar, ignorando el desorden, hasta llegar al lado de mi hermana que me imitó al instante. Le dije, más con la mente que con un susurro, que se sacudiera la blusa y disimulara. Lo hizo, caminé adelante suyo como si fuera solo y ella me siguió. Entramos al país otra vez.
Yo seguía viviendo con mi esposa, mi hermana vivía con mi mamá. No supimos qué pasó con el padrastro. Las visité un día en la villa en el campo en el que las situaron.
Mi mamá me explicó la rutina. Debían ir a comer frutas cultivadas por las mujeres de la localidad en la mañana, en la tarde debían todos asistir a tomar el té en la plaza central, caminando entre las manos que salían de la tierra, y por la noche vendría la policía, como todos los días, a revisar que en la casa todo estuviera bien y si era así, repartirían la cena.
Era invierno y debíamos soportar el viento helado sin quejas ni palabras. Cuando volvimos a la casa, mi mamá me explicó cómo debía comportarme cuando llegara la policía: debía hacer algo que ocupara mi atención y desaparecer en eso. Los policías pasarían a mi lado, registrarían todo, harían lo que quisieran y yo debía permanecer ajeno a todo. “Incluso si nos llevan”, me dijo, “debe seguir en lo suyo”.
Me puso a lavar los platos. Miraba el agua caer sobre las cucharas sucias y hasta debía colocarlas en el orden que el régimen había establecido.
Los guardas entraron directo a la habitación del fondo, la única, donde estaba mi hermana. Mis manos temblaban y mi mamá detrás de mí me miraba fijamente para prevenir que cometiera una imprudencia. Los guardas salieron de inmediato y se dirigieron al televisor en la sala, revisaron que no se hubiera apagado últimamente, que la recepción del único canal (del régimen) estuviera bien y le subieron el volumen. Dejaron las cenas y salieron.

Seis horas después de haberme acostado, mi cabeza, mis manos y mis piernas continuaban en la misma posición. Abrí los ojos y respiré suavecito, para no hacer escándalos imprudentes. La tristeza y el miedo no me dejaban liberar el suspiro que tenía atrapado en el pecho.
Parpadeé despacio. Algunos segundos después comprendí que estaba en mi cama, en Costa Rica, en la vida real, moví la cabeza hacia la derecha muy lentamente y vi el celular a mi lado. Tenía miedo, todavía tenía mucho miedo. Podía ver las manos apenas saliendo del horroroso entierro, las personas mudas tomando té bajo una nevada y la guarda que me mandó a castigar.
Tenía miedo y el suspiro también se negaba a salir. Poco a poco me fui despertando y me convencí de que estaba a salvo. Volqué mi cuerpo completo hacia la derecha y me puse en posición fetal, lo hice despacio y casi en silencio. Lo hice solo para convencerme de que no me iban a hacer nada, de que estaba vivo y era libre.

Cuando la alarma del celular empezó a sonar, la apagué y finalmente suspiré.

***Soñando en la noche entre 12 y 13 de marzo del 2014***

lunes, 25 de marzo de 2013

Europa 2013 - Capítulo III: Praga, República Checa




Parada en el Este
Mi visita a Praga fue bastante diferente a todas las del viaje. A diferencia de mis visitas a Roma y Viena, en Praga no consumí museos. Sí caminé por la ciudad, sí salí en la noche y sí viví con checos, pero todo fue distinto.
            El territorio que ahora ocupa el país ha sido dividido, reunido, anexado, invadido y vuelto a juntar muchísimas veces durante los muchos siglos de historia que tiene encima.
El país era parte de la corona austríaca, de los Habsburgo, hasta 1918 cuando el Imperio cayó después de la Primera Guerra Mundial y el territorio empezó a formar parte de un nuevo país, Checoslovaquia.
Esta nueva nación también sufrió transformaciones políticas importantes en la primera mitad del siglo y después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un satélite de la Unión Soviética.
En 1991 la Unión Soviética finalmente se desintegró y dos años más tarde, Checoslovaquia seguiría el mismo camino. Se formaron entonces dos nuevas naciones: Eslovaquia y la República Checa.
En 20 años, la nueva república ha intentado, con algunos aciertos y muchos obstáculos, integrarse a la comunidad occidental, adoptar nuevas políticas comerciales y formar parte de los foros más importantes del mundo. El país es parte de la Unión Europea desde el 2004, aunque mantiene su moneda, la corona.


El primer descanso
Llegué a Praga el jueves al medio día y me fui el sábado a las 9:00am. Otra visita fugaz.
            Mis anfitriones fueron Marian y Tomás, una alegre pareja checa que dedicaron dos de sus noches a mostrarme sus restaurantes y clubes favoritos, llevarme a caminar por los lugares más hermosos de su ciudad y mostrarme cómo funcionaba la vida gay en este país en el centro del continente.
            Podían recibirme hasta las 5:00pm del jueves y yo llegué al medio día, así que tomé mi mochila gigante y me registré en un hostel por un par de horas. Me bañé, reacomodé mi mochila y me acosté a dormir. La zona en la que estaba era muy silenciosa y no había nadie más en mi habitación. Mi cuerpo agradeció esas horas de sueño.
            Florenc es un lugar deprimente y, lastimosamente, fue la primera impresión que tuve de Praga. Las calles dormidas y sucias, tristes y abandonadas, daban la impresión de que hacía años la gente había dejado de preocuparse. Lo único que hacía ruido era el tren pasar y atrás dejaba un montón de humo que silenciosamente se impregnaba en paredes y techos.

            Por dicha, salí rápido de ahí y con alguna dificultad para leer checo y comunicarme con una ciudad que habla muy poco, y mal, inglés, logré llegar al trabajo de Marian e iniciar mi pequeña divertida aventura en la ciudad.
            El apartamento de mis checos favoritos es precioso, y muy, muy gay. Fotografías de los dos adornan paredes y estantes y cuidadosos artículos de decoración alegran cada instancia.
            Era una noche de invierno, pero aún así quisimos salir. Caminamos por la ciudad, vimos de lejos el Castillo de Praga iluminado, nos detuvimos a ver las figuritas del Reloj Astronómico de Praga bailar justo a las 7:00pm, pasamos por el Puente de Carlos y nos metimos en hermosas callecillas secundarias hasta alcanzar la orilla del río Moldava.

            Pasamos a varios de sus cafés favoritos, conversamos sobre nuestras perspectivas de vida, sus planes y situaciones laborales y mi viaje, y comimos a lo checo.
Aún me hacen gestos de pánico cuando les cuento a mis conocidos que comí carne cruda con huevo crudo revuelto con varias especias y embarrado en pan. Pues también comí otros tres platillos de nombres impronunciables y los cuatro estaban exquisitos. Mis checos favoritos saben elegir y recomendar.



           
Ztracený
Mi día en Praga empezó bastante bien aunque todo está en checo y la ciudad sea un desorden (si se compara con Viena, cosa que no pude evitar). Caminé desde Muzeum hasta el Reloj Astronómico para verlo todo de nuevo con la luz del sol, y luego seguí las instrucciones de mi anfitrión hasta encontrar el centro comercial.
            Tras caminar algunas tiendas y probarme algunos zapatos y abrigos, me decidí por unas botas grandes, abrigadas y con suela alta para protegerme de las condiciones árticas de Noruega.
            Calculé el precio unas cuatro veces porque no podía creerlo. Llegué a creer que calculaba mal o que tenía un tipo de cambio incorrecto y le pedí ayuda a Google. Era cierto: Checa es un paraíso comercial, las botas de cuero con su aerosol protector y hasta un paquete de medias no costaron ni siquiera 40 mil colones ($80)
            Almorcé y seguí mi camino. Llegué al hermoso Puente Carlos, lo atravesé, caminé en las cercanías y luego tomé el metro hacia el Castillo de Praga. Todo iba bien hasta que me perdí.

            En todo el viaje, la perdida en Praga fue la más traumática y frustrante de todas. En una ciudad donde todo está en checo y casi nadie habla inglés, un turista perdido en medio invierno no existe.
            Caminé y caminé hasta encontrarme en un bosque precioso con una vista maravillosa. Me senté a descansar y luego bajé de nuevo hasta las oficinas gubernamentales.
            Después de haber caminado varias horas, decidí tomar el tranvía y salté al primero que pasó. Iba de pie frente a la ventana y el Castillo apareció en la colina, sonreí, e inmediatamente empezó a alejarse, empalidecí. El tranvía cruzaba el puente hacia el otro lado de la ciudad…
Mientras veía el Puente Carlos alejarse y los reflejos del sol en el río, pensé en que en algún momento me reiría de aquella situación. No sabía que aquel “momento” llegaría solo unos segundos después y antes de llegar al otro lado, ya iba riéndome solo como un loco más en el transporte público praguense.
Salté del tranvía tan pronto se detuvo y empecé a caminar otra vez. Crucé el Puente Carlos y visité algunos mercadillos de artesanías antes de subir una de las cuestas más problemáticas de mi vida.
Llevaba horas caminando y el peso de la frustración encima, además caminaba con unas botas gigantes y nuevas y la cuesta era cada vez más pronunciada.
Cuando alcancé las puertas del Castillo, suspiré y miré hacia atrás para reírme del camino que quiso matarme de un infarto, pero la vista de la ciudad casi me provoca otro. Es deliciosa.

El viento jugaba con mi cabello y de pronto todo fue lindo otra vez. Las puertas estaban abiertas pero custodiadas por dos serios guardas. Y adentro, la catedral lucía una lúgubre fachada negra con unas amenazantes torres que tocaban el cielo.
Había muy pocos turistas y caminar por el complejo del castillo era bastante placentero. El frío helado y el eco de los pasos de los pocos presentes convertían el momento en algo nostálgico y mágico. Aquellas construcciones medievales parecían dormir después de haber sido testigos y protagonistas de tantísimos pasajes históricos. Se lo merecían.

            Los museos ya habían cerrado y no tuve más opción que sentarme y descansar en la cima de la capital del antiguo Reino de Bohemia y la recién desaparecida Checoslovaquia. Respiré recuerdos ajenos por casi una hora más y bajé la pendiente.
            Las gradas estaban llenas de cantantes y músicos con gorritos vueltos en el piso. Unos tocaban el acordeón, otros guitarras y había un par de percusionistas, un cantante dedicaba su tarde a alabar al Che Guevara y otros coreaban canciones de Nirvana. Fue la manera más extraña e inesperada de despedirme del Castillo.

Noche de chicos
Mis anfitriones y yo dedicamos mi última noche en Checa en un tour de bares, cafés y clubes gay. Con ellos me llevé la impresión de una ciudad muy abierta a la diversidad, y un par de besos en el metro sin provocar escándalos y gigantescos festivales de la diversidad en verano parece ratificar mi percepción.

            Los lugares son tan diversos como sus comensales, desde grandes restaurantes hasta pequeños e íntimos cafés, bares bajo la superficie y clubes de varios pisos. Pasamos de uno a otro tan rápido  como si fuera una representación de mi tour europeo. Sin grandes acontecimientos ni males amores encontrados, volví a casa a dormir para partir al día siguiente.
            Como en los dos países anteriores, aquella era la noche de la despedida. Los chicos se acostaron a descansar antes de otro sábado familiar y yo, antes de partir hacia mi cuarta parada.
           
Sbohem, Praha
Una ducha, una postal y una mochila. Dejé Praga tan rápido como había llegado. Las impresiones que me llevaba eran tan confusas y dispersas que pronto fueron archivadas a la expectativa de la siguiente ciudad.
            Solo cuatro horas me separaban de mi ciudad favorita. Volvería justo antes de cumplir tres años de haberla dejado.



* * * * * * * *

Índice
Enlaces directos a cada capítulo del recorrido:


Capítulo III: Praga, República Checa
Capítulo IV: Berlín, Alemania
Capítulo V: Oslo, Noruega
Capítulo VI: ISFiT 2013 – Trondheim, Noruega
Capítulo VII: Neubrandenburg y Hamburgo, Alemania
Capítulo VIII: París, Francia
Capítulo IX: Ámsterdam, Holanda
Capítulo X: Regreso a casa y Conclusiones

The English version will be published at the same time in a separate note. [La versión en inglés será publicada al mismo tiempo en una nota separada.]


jueves, 21 de marzo de 2013

Europa 2013 - Capítulo II: Viena, Austria




Viena
Austria es un pequeño país ubicado en el centro de Europa. En él viven 8,3 millones de personas y cuenta con una historia impresionante.
            La dinastía de los Habsburgo logró expandir su poderío por todo el mundo gracias a su rigurosa práctica diplomática y a la unión de sus herederos con los de otras familias reales del continente. Fue así como llegaron a los tronos de España, Croacia, Alemania, Portugal, Bohemia, Hungría y hasta el Imperio Mexicano.
            Sin embargo, la posición geográfica que tanto benefició a Austria durante los muchos siglos gloriosos, le resultó dolorosamente inoportuna durante el siglo XX, en el que dos guerras mundiales se encargaron de acabar con el Imperio y recortar el territorio hasta dejar un pedazo de tierra de poco más de una Costa Rica y media de tamaño (u 83 800km2), además de enormes pérdidas económicas y una desgarradora cantidad de pérdidas humanas.
            Aún así, hoy Austria ha alcanzado estándares de vida envidiables y ha logrado desarrollar una sociedad muy ordenada y trabajadora que le ha permitido establecer grandes beneficios para sus habitantes, como las maravillosas cinco semanas de vacaciones que reciben los trabajadores cada año.
            Es un país brillante y hermoso. Los austriacos han sabido cuidar su tierra, su historia, su legado y sus lecciones, y le presentan al mundo una joya indescriptible.
            La ciudad capital, Viena, es un ejemplo de perfección. En mi libro de viajes leí que si Nueva York era llamada la Gran Manzana, Viena debería ser considerada un gran pastel de bodas.
            Les cuento, los pasteles de bodas más hermosos son un desastre a la par de esta ciudad. Impecables edificios sobre impecables calles rodean impecables parques frente a palacios magníficamente preservados.
            El mantenimiento que le han dado a su legado es tan detallado, que las oficinas presidenciales están ubicadas en las mismas habitaciones que María Teresa utilizó en vida.  
            Ese dato me impresionó tanto que la guía del museo dedicó un par de minutos extra en un descanso mental para que yo pudiera seguir recibiendo información en la siguiente habitación del palacio.
            Y si la ciudad y su historia son tan impecables, ¿cómo es la gente? Digamos que no me alcanzaría la vida para abrazar y agradecerle apropiadamente a cada uno de los maravillosos habitantes con los que me topé.
            En lo más alto de la lista se encuentran Matthias y Vivien, quienes me aceptaron en su precioso apartamento y compartieron conmigo tanto como dos noches nos pudo permitir.
            Matthias es increíble, trabaja en los Balcanes con proyectos de emprendedurismo para jóvenes y viaja constantemente entre Austria, donde estudia, y Rumanía, donde vive su novia y desarrolla su proyecto.
            Y Vivien es una joven húngara que llegó a Austria con la esperanza de empezar de nuevo después de vivir en otros tres países. Durante mi estadía estaba enferma, así que cuando tomamos la fotografía de despedida, tuve que prometerle que no la publicaría. Me guardo el recuerdo.
            Llegué a Viena un martes al medio día y me fui el jueves a las ocho de la mañana, apenas pasé a darle un besito y continuar mi camino. Me arrepiento, esa ciudad merece ser disfrutada por mucho más tiempo.
            Durante mi primera tarde y noche caminé en el centro de la ciudad y conocí la Catedral de San Esteban. Cuando entré, alcé los hombros. Naturalmente, una ciudad tan bonita debía tener una catedral así de bella.
            Pequeña, comparada con otras como San Pedro en El Vaticano o Notre-Dame en París, pero también lo es Viena y deja el clarísimo mensaje de que una obra no debe ser monumental o escandalosa para cautivar a cada visitante.


Miércoles 30 de enero de 2013
            Mi día en Viena fue tan deslumbrante que en un momento me senté en un parque a procesar toda la información y digerir tanta belleza.
            Inicié mi recorrido en el Palacio de Schönbrunn, donde aprendí muchísimo sobre los Habsburgo, sobre las negociaciones y enlaces matrimoniales con otras casas reales de Europa y el reinado de María Teresa. Dentro del museo no se puede tomar fotografías.
            Conocer un palacio completo, piezas originales de la vida de la familia imperial, las habitaciones donde comían, dormían, mantenían reuniones secretas y tomaban decisiones que cambiaban el rumbo de la historia es una delicia para el gusto histórico y una fiesta para la vista.
            El palacio forma parte de un complejo que incluye un zoológico y grandes jardines con vistas hacia la ciudad.
            Después me perdí un rato pero lo disfruté muchísimo. Cuando estaba en una esquina, con mi mapa abierto y localizando la calle en la que estaba, un vienés que en ese momento se ejercitaba corriendo por las inmediaciones del palacio, se detuvo y me preguntó si necesitaba ayuda, me indicó el camino correcto, me deseó una linda estadía en Austria y continuó. Vivo conmovido por ese gesto.
            Luego volví al centro de la ciudad y devoré el museo de Sisí y los apartamentos del Káiser, recorrí el resto del complejo de museos sin tiempo para vistarlos y caminé de regreso a la plaza de la Catedral donde debía encontrarme con Matthias para nuestra cena pakistaní.
            En los apartamentos del Káiser y el museo de Sisí tampoco se pueden tomar fotografías, una regla que acepté con una sonrisa de egoísta consentido.
            Los edificios en los que están estos apartamentos forman parte de un gran complejo donde residía la familia real durante el invierno. Está tan bien construida que aún en pleno invierno era posible caminar sin abrigos y sin ningún sistema de calefacción. Contraté el servicio de guía para el recorrido y lo haría otra vez.
            La guía era una joven entusiasta de la historia de su país que no ocultaba sus emociones. Se le salió un suspiro de asombro cuando supo que era costarricense y me regalaba sonrisas enormes cuando le respondía a sus trivias y le hacía detenerse en una habitación a contestarme preguntas.
            La interrogué sobre la participación los Habsburgo en el Imperio Mexicano y casi tenemos que sentarnos para escuchar todo lo que me contó. La mayor parte se puede encontrar en los libros de historia, pero incluyó algunos datos curiosos que me hicieron carcajear frente al mismo retrato de Maximiliano y su loca esposa, Carlota.
            El recorrido incluye visitas al comedor donde está acomodada, en el orden original, una de las vajillas que la familia imperial utilizó durante sus cenas privadas. También se puede recorrer la oficina del káiser y las habitaciones donde se firmaron acuerdos tan importantes como el que dio fin a la monarquía en Austria y dio paso a la era republicana.

            Cuando salí del palacio, justo debajo de las oficinas presidenciales, me encontré de frente con una multitud con pancartas y altavoces. “Quítese de su camino, Marco Adrián, quítese, quítese…”
            Pero Marco Adrián parecía paralizado. En algún momento saltó, esquivó y se disculpó en tres idiomas hasta alcanzar un parque y observar desde los arbustos lo que ocurría.
            Era una manifestación tranquila, directa y clara. Pero en alemán y no entendí nada. (En la noche, cuando iba en el metro con mi anfitrión, uno de los manifestantes nos explicó que el sector Salud deseaba una mejoría en su sistema salarial)
            Cuando decidí ignorar la manifestación, di media vuelta y casi caigo de espaldas. Un parque, tranquilo y vacío, me regalaba un paisaje sin comparación. Caminé por sus delicados senderos y me senté en el centro a disfrutar del día tan maravilloso que estaba viviendo.
            Al atardecer caminé hasta la Catedral de San Esteban, pasé por una colorida y llamativa zona comercial y unas reposterías con tantas opciones que uno se queda sin idiomas con qué ordenar.
            Al frente de la Catedral hay una pequeña plaza y ahí esperé. Matthias había propuesto ir a cenar a un restaurante donde servían comida pakistaní y uno pagaba lo que creía justo cuando hubiera terminado. Masqué chicle y me dejé llevar por la imagen de la fachada de la Catedral.
            Es asimétrica y en cuanto lo detecté, se me activaron todos los tics heredados de mi adolescencia. En un lado hay una ventana circular y en el otro, donde debería estar su contraparte, hay una escultura. Los escudos que decoran un lado no están en el otro, y donde hay dos ventanas, del otro lado solo hay una. Si me hubiera quedado más tiempo detectando aquellas diferencias, me hubiera convertido en el Loco de San Esteban y hubiera empezado a gritar en español que aquello estaba mal.
            Algunos enloquecen viendo partidos de futbol en la sala de su casa, y yo enloquezco en medio Viena, déjenme vivir.



Una relación fugaz
            Pero justo antes de perder la razón, un joven de un intenso color chocolate con canela (no sé cómo describirlo) y ojos claros me saludó de frente.
-       Hi – mirada fija.
-       He… hello… - titubeos infantiles.
Luego me señaló la banca a la par nuestra y nos sentamos. Se presentó pero olvidé su nombre y me dijo algo sobre mi cabello. Sus ojos nunca dejaron los míos y su sonrisa era devastadoramente hermosa.
La asimétrica mirada de San Esteban no me importó y hablé con él un rato. Buscaba trabajo en Viena y si no lograba encontrar algo estable, volvería a Egipto.
-       ¿Puedo invitarlo a cenar? – mirada cautivadora.
-       No.
Desilusión.
Creo que no creyó lo que escuchó y me hizo repetirlo. Le expliqué que ya tenía planes y que saldría de Austria al día siguiente. Su mirada empezó a saltar de un lado a otro y su sonrisa desapareció.
Incomodidad.
La Catedral probablemente se carcajeó de la asimetría de aquella pareja y siguió luciendo sus ventanas impares con orgullo vienés mientras aquel par de extranjeros pensaban en qué decir a continuación.
Naturalmente, yo estaba mudo. El egipcio volvió a intentarlo y lo volví a rechazar. Propuso una cerveza después de la cena, salir a bailar o incluso solo tomar el postre… Le rechacé todas las invitaciones con mi terca seguridad y el necio tono autoritario que se me sale cuando he tomado una decisión e insisten en cambiármela. Soy incorregible.
Con su dulce voz y un acento agradable me deseó suerte y una linda noche. Me regaló una mirada más y con una sonrisa triste se levantó y se fue. Creo que no tengo corazón.



Matthias
Mi anfitrión llegó algunos segundos después y empezamos a caminar. Me llevó por unos tranquilos atajos de calles adoquinadas que despertaban con el eco de nuestros pasos.
Finalmente tuvimos la ocasión para conversar. Este vienés es fascinante. Su trabajo en los Balcanes es interesantísimo y le llena de emoción. Se nota que ama lo que hace.
Además, se mostró interesado por mi historia y parece que compartimos muchos puntos de vista. Cuando ordené nuestra segunda cerveza grande en alemán y él trajo el postre, ya tocábamos temas al azar que iban desde el futbol a los derechos humanos y nuestras respectivas carreras.
Al regresar a casa ya era hora de despedirse, al día siguiente me iría antes de las 7:00am hacia mi siguiente parada.
Así que también era hora de las fotografías. De las tres personas que viven con Matt, solo conocí a dos. Una es Vivien y la otra es… un maniquí. Pero no le llamen así, Matthias cree fielmente en que ella se viste sola y elige su equipo favorito de futbol por sí misma. Es muy respetuosa, eso sí, dormimos en la misma habitación y me trató de la mejor manera.



Saliendo de Austria
Si Matthias no me despierta, habría perdido mi bus. El despertador del iPod estaba programado pero no activado y ya mi cuerpo pedía descanso. Desperté, me alisté en minutos, casi me tiro al suelo a agradecerle a Matthias por ser tan increíblemente amable y generoso conmigo, me monté la mochila encima y salí.
En el espejo del pasillo les dejé una postal con un mensaje. A Matthias le encantan las postales y supe que sería una linda manera de representar mi gratitud.
Llegué a tiempo a la estación, la señora me regañó por no llevar el tiquete impreso pero aceptó verlo en el iPod y me senté. Aquel bus atravesaría lo que durante la Guerra Fría fue denominada la Cortina de Hierro y me dejaría en un país relativamente nuevo en una tierra muy, muy vieja.


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Índice
Enlaces directos a cada capítulo del recorrido:


Capítulo II: Viena, Austria
Capítulo IV: Berlín, Alemania
Capítulo V: Oslo, Noruega
Capítulo VI: ISFiT 2013 – Trondheim, Noruega
Capítulo VII: Neubrandenburg y Hamburgo, Alemania
Capítulo VIII: París, Francia
Capítulo IX: Ámsterdam, Holanda
Capítulo X: Regreso a casa y Conclusiones

The English version will be published at the same time in a separate note. [La versión en inglés será publicada al mismo tiempo en una nota separada.]