IX
Cuando el mundo se quedó sin frenos
El dolor de espalda despertó a Matías. Ya faltaba sólo una hora para llegar a casa, llevaban nueve horas en carretera. Tomás le pasó un refresco y su madre le sonrió en silencio. Matías calculó que eran las dos de la mañana mientras abría el refresco y trataba de darle forma a su columna.
La radio estaba encendida, pero le habían bajado el volumen tanto que el riachuelo por el que estaban pasando se oía.
- No voy a querer montarme en el auto por dos meses después de este viaje. – bromeó Tomás.
- Aunque quisiéramos, nuestras piernas no nos lo permitirían.
- Pero hemos tenido unas vacaciones preciosas, chicos. ¿O no? – contestó su madre.
- Cierto, pero paso dos horas más acá atrás y podría llegar a perder la memoria.
Su madre les había llevado a un hotel perdido entre pantanos al sur de país. Celebraron la Navidad en una cabaña aislada de toda civilización comiendo “pan de leñador” que Tomás había preparado en una fogata en la playa, y tomando refrescos de frutas desconocidas. A Matías le había parecido una tortura al principio, pero luego le tomó el gusto y pasó más de una tarde sonriéndole al cielo desde una hamaca en medio bosque.
Regresaron en auto. Tomás y su madre manejaban en intervalos de dos horas cada uno y Matías tuvo que soportar el viaje mirando el mundo pasar por la ventana, supervisando que el cambio de conductor fuera puntual y contando las historias de las películas que su madre y su hermano jamás verían y que a él le parecían perfectas, eran muchas.
Matías terminó su refresco y le pasó el envase a Tomás, cuando se sentó de nuevo sintió el inconfundible ardor estomacal del miedo. Primero fue sólo eso, luego, verdadero pánico.
- ¡Ma, vamos muy rápido! – gritó Matías.
- ¡Lo sé, lo sé! ¡No sirven los frenos!
- Mati, ¡el cinturón! – gritó Tomás
Ninguno de los dos recuerda lo que pasó después. En el periódico aparece el auto de su madre convertido en metales retorcidos con dos llantas, solamente, volcado contra la fachada de una casa blanca.
Matías volvió a la Tierra dos días después. Al principio sintió náuseas, sintió que el mundo daba vueltas sin control, cada vez más rápido y luego se detuvo en seco. Vomitó. Cuando pudo abrir los ojos vio a dos enfermeros corriendo hacia él.
- ¿Qué pasó?
Le cambiaron el suero, las sábanas y al paciente de la derecha y volvieron una hora más tarde. Por un par de horas no supo qué era, quién o dónde estaba. Luego sintió que le dolía el cuerpo y se quejó. Luego la cabeza, el dolor se intensificó tanto que la vista se le nubló y luego se perdió en el mundo de los sueños vacíos otra vez.
Cuando supo reconocer su fotografía, su nombre y el año en el que estaban, la doctora le explicó lo del accidente. Matías la miró sin entender nada. Sintió de nuevo que el mundo giraba sin control y quiso gritar para que alguien lo detuviese pero sólo pudo volver a vomitar.
Algunos días después, Tomás llegó con una pierna enyesada y una muleta. Le acomodó el cabello y le dio la mano. Salieron del hospital ocho días después del accidente. Cuando llegaron a casa, se miraron a los ojos y ambos comprendieron que no eran el Matías y el Tomás que el mundo, ni ellos, había conocido.
El mundo perdió los frenos y sus vidas cambiaron drásticamente. Ya no tenían madre, ni siquiera sus restos, y Matías ya no tenía ganas de seguir respirando.
Tomás cocinó lo que mejor pudo renqueando por toda la cocina mientras Matías se sentó en la tina sintiendo como el agua fría le taladraba el cráneo, cambió las sábanas de la cama de Matías por unas que olieran a limpio mientras éste miraba el techo desde el fondo de la tina llena de agua, sirvió la cena mientras Matías yacía desnudo sobre el suelo del baño, y mientras lo llamaba desde el pie de la escalera, Matías miraba desde su ventana como el sol bajaba detrás de las montañas.
Exactamente cuando el último rayo de luz se despidió apresurado, Matías sintió que el corazón se le descongelaba y escuchó una voz familiar que susurraba su nombre desde la puerta.
Se volvió. Y después de un momento supo devolverle una tímida sonrisa a su madre, su fantasma, tomó su mano y bajaron a cenar con Tomás.
Todo está bien.