miércoles, 27 de abril de 2011

El Fantasma - IX/IX (Cuando el mundo se quedó sin frenos)

IX
Cuando el mundo se quedó sin frenos



El dolor de espalda despertó a Matías. Ya faltaba sólo una hora para llegar a casa, llevaban nueve horas en carretera. Tomás le pasó un refresco y su madre le sonrió en silencio. Matías calculó que eran las dos de la mañana mientras abría el refresco y trataba de darle forma a su columna.
La radio estaba encendida, pero le habían bajado el volumen tanto que el riachuelo por el que estaban pasando se oía.
-       No voy a querer montarme en el auto por dos meses después de este viaje. – bromeó Tomás.
-       Aunque quisiéramos, nuestras piernas no nos lo permitirían.
-       Pero hemos tenido unas vacaciones preciosas, chicos. ¿O no? – contestó su madre.
-       Cierto, pero paso dos horas más acá atrás y podría llegar a perder la memoria.
Su madre les había llevado a un hotel perdido entre pantanos al sur de país. Celebraron la Navidad en una cabaña aislada de toda civilización comiendo “pan de leñador” que Tomás había preparado en una fogata en la playa, y tomando refrescos de frutas desconocidas. A Matías le había parecido una tortura al principio, pero luego le tomó el gusto y pasó más de una tarde sonriéndole al cielo desde una hamaca en medio bosque.
Regresaron en auto. Tomás y su madre manejaban en intervalos de dos horas cada uno y Matías tuvo que soportar el viaje mirando el mundo pasar por la ventana, supervisando que el cambio de conductor fuera puntual y contando las historias de las películas que su madre y su hermano jamás verían y que a él le parecían perfectas, eran muchas.
Matías terminó su refresco y le pasó el envase a Tomás, cuando se sentó de nuevo sintió el inconfundible ardor estomacal del miedo. Primero fue sólo eso, luego, verdadero pánico.
-       ¡Ma, vamos muy rápido! – gritó Matías.
-       ¡Lo sé, lo sé! ¡No sirven los frenos!
-       Mati, ¡el cinturón! – gritó Tomás
Ninguno de los dos recuerda lo que pasó después. En el periódico aparece el auto de su madre convertido en metales retorcidos con dos llantas, solamente, volcado contra la fachada de una casa blanca.
Matías volvió a la Tierra dos días después. Al principio sintió náuseas, sintió que el mundo daba vueltas sin control, cada vez más rápido y luego se detuvo en seco. Vomitó. Cuando pudo abrir los ojos vio a dos enfermeros corriendo hacia él.
-       ¿Qué pasó?
Le cambiaron el suero, las sábanas y al paciente de la derecha y volvieron una hora más tarde. Por un par de horas no supo qué era, quién o dónde estaba. Luego sintió que le dolía el cuerpo y se quejó. Luego la cabeza, el dolor se intensificó tanto que la vista se le nubló y luego se perdió en el mundo de los sueños vacíos otra vez.
Cuando supo reconocer su fotografía, su nombre y el año en el que estaban, la doctora le explicó lo del accidente. Matías la miró sin entender nada. Sintió de nuevo que el mundo giraba sin control y quiso gritar para que alguien lo detuviese pero sólo pudo volver a vomitar.
Algunos días después, Tomás llegó con una pierna enyesada y una muleta. Le acomodó el cabello y le dio la mano. Salieron del hospital ocho días después del accidente. Cuando llegaron a casa, se miraron a los ojos y ambos comprendieron que no eran el Matías y el Tomás que el mundo, ni ellos, había conocido.
El mundo perdió los frenos y sus vidas cambiaron drásticamente. Ya no tenían madre, ni siquiera sus restos, y Matías ya no tenía ganas de seguir respirando.
Tomás cocinó lo que mejor pudo renqueando por toda la cocina mientras Matías se sentó en la tina sintiendo como el agua fría le taladraba el cráneo, cambió las sábanas de la cama de Matías por unas que olieran a limpio mientras éste miraba el techo desde el fondo de la tina llena de agua, sirvió la cena mientras Matías yacía desnudo sobre el suelo del baño, y mientras lo llamaba desde el pie de la escalera, Matías miraba desde su ventana como el sol bajaba detrás de las montañas.
Exactamente cuando el último rayo de luz se despidió apresurado, Matías sintió que el corazón se le descongelaba y escuchó una voz familiar que susurraba su nombre desde la puerta.



Se volvió. Y después de un momento supo devolverle una tímida sonrisa a su madre, su fantasma, tomó su mano y bajaron a cenar con Tomás.
Todo está bien.


miércoles, 20 de abril de 2011

El Fantasma - VIII/IX (Final)

VIII




30 de diciembre.
            Cuando despertó, su madre estaba sentada al pie de la cama, lo miraba con una sonrisa triste y le susurró un buenos días. Matías respiró profundo tres veces y salió del cuarto, quería alistarse rápido, sin pensarlo mucho.
            Tomás estaba sentado en la sala, completamente vestido, se le veía algo pálido. Ambos se miraron fijamente y asintieron, era el día. Omar y Blanca estaban en el corredor, se habían vestido de negro. Era evidente que ambos sufrían ataques de pánico, no sabían qué iba a pasar. Matías aún no había visitado la tumba.
            Caminaron.
            Al frente iban Blanca y Omar fingiendo tranquilidad. Hablaban bajo y de temas superfluos. Detrás de ellos, Tomás y Matías, y atrás, su madre. Ellos tres caminaban en silencio.
            Cuando llegaron a las puertas del cementerio, Matías le miró fijamente y negó.
Necesito que sigamos así, por favor, no puedo hacerlo. No quiero.
            Los demás esperaron a que Matías decidiera avanzar. Cuando por fin entraron, Blanca tomó su mano, y mientras una lágrima rodaba por su mejilla, le guió. Omar abrazó a Tomás, que parecía más pequeño de lo normal y dejó que descansara la cabeza en su hombro.
De pie, frente a una sencilla tumba blanca, Matías se permitió llorar. Ignoró las palabras de Omar y el abrazo de Blanca. Temblaba de frío y miedo.
            Desde el otro lado de la tumba, su madre le sonreía agradecida, podía apreciar mejor sus detalles y hasta creyó verla brillar. Luego vio como su figura parecía aún más transparente que nunca y trató de no parpadear para no perderla de vista, luchó contra los impulsos naturales y soportó el dolor y la sequedad de los ojos.
Luchó contra su cuerpo, contra el dolor y desesperado quiso prevenir el parpadeo con sus manos...
            Parpadeó.
            Un alarido de impotencia brotó desde lo más profundo de sus pulmones pero no pudo salir. Cayó de rodillas y buscó entre las tumbas la imagen de su madre.
            Nada
Tomás se arrodilló a su lado y Matías, después de dos minutos de inmovilidad, suspiró y levantó la cabeza, miró a su hermano y le abrazó. Temblaba de emoción. Tomó una piedra del suelo y la puso sobre la tumba, sonrió a sus amigos y tomó la mano de Tomás.
Poco a poco fue recobrando el sentido. Escuchó, con alegría, el sonido del viento y el aleteo de las palomas, que no escuchaba desde hacía mucho tiempo, y cerró los ojos. Cuando lo hizo, creyó escuchar un susurro que venía de adentro y puso mucha atención. Era como música muy bajita y estaba cantada en un idioma sin códigos. Lo reconoció al instante y su cerebro lo tradujo:
-       Gracias.
Sonrió.
Adiós.


miércoles, 13 de abril de 2011

El Fantasma - VII/IX

VII

Navidad.
            El mundo fue hecho para fallarme.
            Aquella fecha no significaba nada para Matías, pero los recuerdos le devolvieron de un empujón a la cama. Cada día se sentía más pesado y le costaba levantarse. La verdad era que había perdido diez kilos desde que los frenos fallaron y estaba cruzando el umbral de la desnutrición.
            No fue necesario preguntarle si quería decorar la casa. Además, Tomás perdía fuerzas y a veces se daba por vencido. Había luchado con todo lo que el mundo le permitió para que Matías superara la depresión pero parecía que cualquier cosa lo hundía más. Estaba a punto de perderlo.
            Esa noche el calor se intensificó muchísimo, Matías se sentó en la cama y miró a su fantasma a los ojos. Aún podía verle, eso lo tranquilizó.
-       Lo voy a intentar, pero los dos sabemos que no quiero. – le dijo.
-       Gracias por intentarlo, Mati.
-       ¿Qué me va a pasar?
-       Nada, todo va a seguir igual.
-       ¿Me va a doler?
-       No hay dolor más grande que el que está sintiendo ahora. – El fantasma tomó su mano.
-       ¿Voy a dejar de sentir?
-       No, va a volver a sentir.

miércoles, 6 de abril de 2011

El Fantasma - VI/IX


El décimo mes, después de que los frenos del mundo fallaran, llegó suave y silencioso como todos los demás. Matías lo recibió con la piel pegada a los huesos y escuchando lo que su fantasma susurraba desde la puerta. Era media noche del 1 de octubre y el fantasma pedía, por favor, que le dejara ir.
Matías nunca se había enojado tanto en su vida. Ni siquiera cuando los estúpidos frenos del mundo le arruinaron todo. Volvió a sentir náuseas y subió el volumen de la música. Decidió que en la mañana iría al colegio y luego a comer con Blanca, ella sabría qué decir para calmarlo.
Cuando bajó las gradas con pasos fuertes y salió hacia el colegio, Tomás y su madre supusieron que finalmente la fase depresiva había terminado. Uno suspiró aliviado y la otra negó con tristeza.
Blanca aceptó el reto, naturalmente. Casi llora de emoción cuando vio que Matías se dirigía hacia ella con paso decidido, el ceño fruncido y las mejillas coloradas. Era un milagro que finalmente sintiera algo y parecía tener mucho que decir.
Aparentemente se sentía defraudado, el mundo le había quitado su sonrisa de un zarpazo injusto y ahora quería quitarle su más preciado recuerdo. Blanca no entendió nada pero supo abrazarle, tomar su mano y soltarla en los momentos exactos, y Matías se calmó.
Supongo que debo dejarle ir en algún momento.
Blanca suspiró aliviada al ver que Matías respondía sus preguntas, quizá sí volvería algún día, y creyó bastante oportuna su actitud pues era su cumpleaños y en casa le esperaban con un pastel.
Era lo último que Matías esperaba, hasta lo había olvidado. Miró a los cuatro a los ojos y los repudió, no podía creer, o perdonar, la magnitud del insulto. Era demasiado injusto que él pudiera seguir cumpliendo años y era simplemente vulgar y escandaloso que ellos se lo recordaran. Subió las gradas y se volvió a acostar.
Omar entró antes del amanecer y se acostó al lado de su cama, y cuando despertó le abrazó y besó en la frente. Matías no abrió los ojos.
-       Sólo estoy muy feliz de que haya cumplido años, Mati. Perdón.
-       Está bien, gracias.
Blanca llegó a media mañana y le entregó una piedra a Matías. Le recordó cuando tenían doce años y él había olvidado comprarle un regalo de cumpleaños y, como no había flores en el jardín, le llevó una piedra, pero Matías apenas hizo el esfuerzo de gesticular otro “gracias”, acomodó sus cobijas y le dio la espalda.

-       No puedo – susurró Matías
-       Por favor, es mejor para los dos.
-       Me da mucho miedo.