V
La solemnidad con la que hablaba Matías dejó a su madre muda. No podía creer que su hijo menor hubiera crecido tanto, que construyera ideas tan complejas y que las expresara de manera tan elocuente.
- … a veces no quiero seguir vivo y dos minutos después me desespero porque no he vivido lo suficiente…
Su madre le veía desde el otro lado del velo de lágrimas que separaban a Matías del mundo y le regaló una sonrisa y un momento de silencio. Matías respiró profundo y se maldijo por lo bajo por ser tan débil y llorar tanto.
Y era cierto, Matías había pasado la mayor parte de sus últimos seis meses en cama, dormido, viendo hacia el techo, pensando, llorando o completamente en blanco. Su madre quiso decirle algo que lo reconfortara, pero no existía ese algo y prefirió no ofenderle con palabras vacías. Matías se lo agradeció.
Pero me gusta esta sensación de calor. Si me muevo mucho, se va, si cierro los ojos, se va. Si sonrío, se va. Prefiero mantenerme distante e invisible, como mi fantasma, para poder seguir juntos.
Al cabo de un momento de silencio, su madre habló:
- Cuando usted tenía dos añitos, su abuela murió por una falla cardiaca. Por dicha, ustedes dos estaban muy pequeños y no pasaron por un gran choque emocional. Al menos, eso pensábamos.
Pero tres años después, cuando usted estaba en el kínder, revisando su folder de dibujos, me encontré con el famoso retrato familiar. En él aparecíamos Tomás, usted y yo, todos sonriendo, al lado de una señora muy triste. Cuando le pedí que me lo explicara, usted me dijo que esa señora era Nana, mi mamá.
- Recuerdo el dibujo.
- Su corazón siente mucho más de lo normal, Mati, pero usted debe ser más fuerte que él.
Mati guardó silencio, ya había dicho suficiente y estaba cansadísimo. Arrastró sus pies hasta su cuarto y se tiró en la cama.
Por eso es tan difícil tomar esta decisión.