viernes, 27 de mayo de 2011

Un payaso me quiere comer

El origen
No sé cuál es el origen de mi miedo a los payasos. Quizá tuve alguna experiencia realmente traumática con alguno o fue una simple imposición social. Quizá representan todas las características que odio del ser humano, o quizá me parezca demasiado estúpido. No lo sé. Veamos.


Jardín de niños Flora Chacón
1995
Para la fiesta del Día del Niño, las maestras del kínder nos pidieron disfrazarnos de algo. Bien, hubo piratas, princesas y conejos, pero yo fui de payaso. Aún no les temía tanto. Mami, maestra también, tenía que ir a recibir a sus alumnos disfrazados de otras cosas a su escuela y entonces me dijo que le dijera a la maestra que me ayudara con el maquillaje.
            Todos sabemos que el grado de inseguridad de este pequeño de cinco años era gigantesco y no iba a pedirle nada a la maestra si no era de vida o muerte.
            Cuando me bajé de la buseta con los demás compañeros, y llegué al aula, una compañera dijo: “¡Qué miedo, un payaso!” No recuerdo cuál fue mi reacción, pero digamos que quedé congelado en la puerta viendo como me convertía en un monstruo al frente de todos.

Fiesta de navidad de Xerox
En alguna navidad entre 1997 – 1999
La fiesta se hizo en algún parque infantil del Gran Área Metropolitana. Todos los hijos de los empleados fuimos invitados. Comimos pastel, dulces, tomamos refrescos, jugamos en las casas de los árboles y en los play-grounds de Fisher Price. En algún momento de la fiesta llegó una muchacha. Era gigantesca y nos llamó a todos a sentarnos con ella a la par de un árbol.
            Cuando nos dijo que era un payaso, abrí mis ojos tanto que casi pierdo uno. Sacó como 300kg de maquillaje, una peluca, un montón de adornos y un espejo. No creo que todos estuviéramos en silencio, pero yo sólo recuerdo el sonido del roce de las brochas en su cara y mi respiración. La muchacha algo decía mientras se transformaba en una come-niños y cuando terminó fue el final de nuestra relación.
            Ya no pertenecíamos al mismo bando, definitivamente era de los malos.

Escuela Vitalia Madrigal Araya
2000
La Gallito llevó un espectáculo a la escuela. Fue un fracaso: no regalaron confites. Pero sí llevaron payasos, por alguna razón seguían siendo un éxito entre los adultos, no tanto entre los niños, y no recuerdo ni qué estábamos celebrando.
            ¿Será que no hay atuendo más feo que el de los payasos y por eso les rechazo inmediatamente? Puede ser, pero cuando tenía once años aún no había comprado mi primera Vogue ni solía fijarme en eso.
            Tres payasos bailaron en el escenario con sus bocas gigantescas y pelucas que en cualquier momento salían volando y mataban a tres niños de la primera fila. Cuando bajaron a correr entre los asientos me volví transparente. Quizá solo fue muy blanco, pero yo sentí que había desaparecido y me encontraba bien oculto en un mundo secreto. Por dicha, tenía unos ocho compañeros a la derecha y otros ocho a la izquierda y los payasos no pudieron comerme, pero aún puedo revivir la tensión.

Parque Central de Heredia
2005
Cuando uno tiene 15 y 16 años, cree que ha crecido y madurado lo suficiente como para no huir corriendo de un payaso estúpido. Agárrense: no es cierto.
            El Parque de Heredia es muy conocido por la multitud de come-niños que todos los días inflan globos imposibles y conviven con las palomas. Un día caminaba con el Klan (mi icónico grupo de amigos del Humanístico) por ahí, todos uniformados. O sea, con una camiseta roja que podía distinguirse desde el Parque Central de Cartago. Alguno de ellos me dijo, quizá con la mirada, que un payaso estaba atrás mío y corrí.
            ¿Que si pensé en algo antes de correr? No. Nada más corrí. Daniela venía atrás mío riéndose como si aquello hubiera sido una clase con Mr. Beard (el profesor de inglés) y Andrea, tratando de ocultar su vergüenza ajena, caminó en otra dirección. Por favor, todos usábamos la misma camiseta, Andre, usted nada más nos expuso más.
            El payaso dijo algunas cosas que consideró graciosas pero que yo consideré denunciables. Los payasos deberían ser expulsados de nuestro país.

Heredia
2006
Ya había empezado la época lluviosa en el Valle Central. Daniela y yo íbamos hablando de cualquier cosa debajo de una mini-sombrilla detrás de un grupo de estudiantes del Colegio María Auxiliadora.
            El aguacero de ese día tenía demasiadas ganas de terminar y desbordó aproximadamente cinco baldes de agua por segundo, no podíamos ver el otro lado de la calle. Cuando cruzábamos una calle secundaria un pito sonó a 3m de distancia y me hizo detenerme en seco. Un segundo después un auto frenó contra mi cadera.
            Creo que ni siquiera Catalina La Grande se había insultado de tal manera en toda su vida. Cuando mi cuello se torció peligrosamente hacia el conductor para regalarle mi cara de pre-asesinato, y Daniela empezaba a disculparse con el mundo, me oriné un poquito. Quizá pueda agregar: “, literalmente”, pero por cuestiones de imagen, recordemos que mi pantalón iba mojado completamente por el aguacero.
            Un payaso. Sí, un payaso sonreía desde el volante y se quedó completamente quieto y sostuvo mi mirada por mil trescientos veinte años esperando que yo muriera, desapareciera o me metiera en su saco de atrapar niños para comerme más tarde con sus compañeros.
            Ni siquiera sé qué pasó después.

Facebook
2011
Las narices de payaso parecen ser el accesorio de la temporada y ya he visto más de cinco fotografías con gente usando una. Por favor, si quieren comerme sólo tiene que ofrecerme un pedazo de Pastel Milhojas o un tazón de Arroz con leche, si me dejan comerme el postre, me dejaré comer feliz. Pero no recurran al viejo truco del payaso porque los acuso con mi mamá. Dije.

Las nalgas de Carolina y el trabajo de Daniel

Las nalgas de Carolina y el trabajo de Daniel  es el cuento con el que participo en el XIII Concurso de Cuento Corto de 89decibeles. Cuando el concurso termine, lo posteo acá, por mientras, pueden visitar el link y leer los cuentos participantes.

lunes, 9 de mayo de 2011

"Yo me quiero casar con usted"

Detrás de la dirección
1995

Cuando tenía cinco años, asistía al Jardín de Niños Flora Chacón, (o Flora Cachón, como dijo alguno de los primos alguna vez), el mismo kínder al que asistieron mis primos y mis hermanos, menos el pequeño.
            Tenía tres compañeras a las que les gustaba, y todos los recreos era una novela diferente en las que las tres peleaban por mí y yo sufría ataques de pánico cuando no sabía dónde poner mi merienda para no provocar enemistades. Un día, la profesora me llamó y con una sonrisa íntima (algo inapropiada) me pidió que llamara a una de ellas, ya ni recuerdo sus nombres. Estaban jugando en las hamacas. Ella juraba que me hacía un favor, pero cada paso que di hacia ellas fue tortuoso: sabía que había un número incierto de ojos siguiéndome esperando a ver a cuál de las tres me acercaba. Era histórico. El niño perseguido y acosado finalmente se acercaba a una de ellas y la llamaba aparte.
            Llegué y las tres se pusieron de pie delante de mí con las barbillas altas, firmes y serias como si fuera la ceremonia más solemne de sus cortas vidas. Cuando un hilo de voz salió de mi boca, el mundo se puso de cabeza. Dos de ellas (las más altas) se enojaron de pronto y dijeron algún insulto que jamás habría escuchado en mi vida (como “qué malo”, o algo así) y se fueron juntas jurando odio eterno, todos los niños en el patio de juegos tuvieron algún comentario y empezaron a correr por todas partes, y la más pequeña sonreía como si la vida fuera la experiencia más maravillosa, gratificante y satisfactoria que un cuerpo pudiera experimentar.
-       La llama la niña.
No sé qué entendió ella, pero por la cara que hizo y la sonrisa que nunca se quitó, creo que esa frase se convirtió en la más romántica que jamás escuchó.
            Sin embargo, ella no me pidió matrimonio. Tampoco las dos grandes. Fue una de mis vecinas, con quien jugaba todos los días, la que me llevó aparte y jugando su mejor carta, me metió detrás de la dirección, me dio un beso en la mejilla y me pidió matrimonio. Se ganó mi pequeñísimo corazón. Nunca había figurado en las novelas de la hora de la merienda ni me había hecho sentir incómodo cuando me hablaba, jugábamos y la pasábamos bien siempre, hasta comíamos en la casa del otro e íbamos juntos a fiestas de cumpleaños, y ahora se lanzaba con todo lo que tenía para ganarme en secreto y para siempre.
-       ¡Sí!

1995

Taxi
2010

            Un día entre semana en el que no tenía que trabajar ni ir a la U, decidí visitar a mi abuelo paterno y aceptar, con todo el gusto del mundo, que me alimentara como si tuviera un estómago del tamaño de mi cama.
            Me contó las mismas historias de siempre (que igual me hipnotizan y transportan a lugares increíbles), analizó los últimos acontecimientos políticos del país, cantó sin pena mientras hacía café y hasta me dio algunos consejos para cuidar a mi gata. Fue una visita bonita, como todas, y ambos teníamos una buena razón para dormir bien, nos habíamos visto, finalmente.
            Al partir, mi abuelo me acompañó a la esquina a detener un taxi, porque llamar uno por teléfono era para él una incomodidad. Estuvimos un par de minutos esperando cuando lo vi por primera vez: desde el otro lado de la calle me miraba con un cariño alcohólico incontenible. Intentó sonreír cuando se dio cuenta de que lo estaba viendo y casi muere atropellado cruzando la calle.
            Me acerqué todo lo que pude a abuelo y le di la espalda. Pero todos sabemos que un amor instantáneo como aquel no se detiene tan fácil.
-       Iyo amo iferente (se tambalea) pque mi corazón no ve difrencias…
Miro alrededor buscando algo que hiciera que eso no estuviera sucediendo pero sólo pude ver dos cosas: un borracho a punto de declararme su amor y la cara de pánico puro de mi abuelo. Él siguió intentando detener taxis que ni existían y bloqueando aquella escena.
-       Mies pósa no, esa no la quiero, iyo lo veo a usted como… iyoo lo miro y… es que iyoo quiero que me amen (parpadea para tratar de no caer desmayado)
A estas alturas, yo estaba dispuesto a devolverme con abuelo para la casa y quedarme a dormir, pero él estaba decidido a detener un taxi y dejar de escuchar aquello. La esperanza llegó en forma de un hombre de 1,80m y una masa muscular de exhibición. Le preguntó a mi abuelo:
-       ¿Necesita ayuda, Sigi? – mira con asco y odio al borracho enamorado.
-       No, no, tranquilo, sólo necesitamos un taxi. – sigue jurando que su brazo levantado hará aparecer autos en la calle.
-       Muy bien, buenas noches  - y entra al mini súper.
No pude sentirme más decepcionado, lo único que pude hacer fue volver a ver a mi paciente pretendiente (para ver si seguía despierto) y levantar mi brazo con la misma desesperante idea de hacer aparecer algún auto.
-       Iyo quero que me amen, iyo que quiero que usted me diga… ¿Qué quiere usted?
-       Un taxi.
Si hubiera tenido un espejo, me habría hecho la peor cara por haber sido tan estúpido como para responderle y asegurarle que estaba escuchándolo. Abuelo quedó en blanco y de la manga se sacó y taxi y lo detuvo. Se despidió de mí como si mi vuelo estuviese a punto de salir y empezó a caminar hacia su casa.
      Cuando por fin abrí la puerta y empecé a subirme, la confesión más impactante del mundo se oyó a doscientos metros a la redonda. Con una proyección teatral y una articulación perfecta, el grito pudo haber sido registrado por un sismógrafo:
-       ¡YO ME QUIERO CASAR CON USTED!
El taxista me volvió a ver preguntándose si yo necesitaba tiempo para contestar,  mi abuelo rezó en voz alta y toda la actividad del bar, el mini súper, el restaurante, la veterinaria, la verdulería, el taller y las decenas de casas del barrio se detuvo. Sólo se escuchó la ropa del borracho mientras se agachaba para hacer más dramática su propuesta y mis dos parpadeos rápidos. Durante dos segundos el mundo no supo cómo funcionar, pero luego todos volvimos a respirar y nos descongelamos. Creo que el señor sí terminó de llegar al suelo, pero yo ya había cerrado la puerta, el taxista arrancado a 60km/h y mi abuelo cruzado la calle. Ningún habitante de Los Árboles va a reconocer ninguna parte de esta historia, cuando el taxi cruzó el puente y mi abuelo cerró el portón, todos lo borraron de su memoria para siempre.