jueves, 29 de septiembre de 2011

Sobre el abuso, el silencio y la vergüenza



El 9 de octubre del 2010 escribí  Sobre el suicidio, la sexualidad y la culpa en un intento desesperado por hacer que los lectores abrieran los ojos y salvaran vidas; no se me ocurrió otra manera de ayudar ante los duros acontecimientos.
            Hoy, otra vez, intento resolver los problemas del mundo con un par de párrafos más y vuelvo a contar pedazos de mi historia. Supongo, entonces, que esta sería la segunda de parte de aquella nota que, para muchos, me “sacó de clóset”.


Sobre el abuso, el silencio y la vergüenza



Sobre el tema

10 años: Después del recreo volvimos al aula. Yo me sentaba al frente. Abrí mi bolso y encontré un papel, lo abrí y antes de leer su contenido ya todos se reían a carcajadas. Lo guardé tratando de ignorarlos y la clase continuó.
Mis papás no vieron el papel, no se los mostré.
13 años: Manuel me empujó contra la pared en el recreo, me gritó un par de insultos en la cara y alzó el puño, los demás solo miraban. Yo esperaba que por fin me golpeara para verme obligado a contarle a alguien todo lo que ya me había hecho.
No me golpeó, no lo acusé.
22 años: Mi compañía dijo algo que me hizo sonreír, pero mi sonrisa duró cuatro segundos: dos guardas nos pidieron salir del bar. Entre la sorpresa y el miedo, caminé hacia la mesa donde estaban mis amigos para tomar mi bulto, pero el guarda me tomó del brazo y repitió: ¡Afuera!
Ni la mención de los famosos Derechos Humanos de mi colega o las exigencias de mi mejor amigo arreglaron nada: todos afuera, porque están haciendo algo indebido.
12 días después aún me tomo el tiempo para animarme a publicar esto.
Sobre el abuso
Aquellos interminables años de escuela y colegio me sirvieron de mucho pero no los recuerdo con especial cariño.
Mi agresor en el colegio era igual de flaco y bajo que yo, pero llevaba tanta ira adentro que cuando se me acercaba yo lo veía diez veces más grande y fuerte. Nunca me dio la paliza que tanto me advirtió, solo recibí empujones, bromas pesadas y humillaciones de todo tipo.
Mis compañeros en la escuela amaban el ataque en grupo. A la salida, mientras toda la escuela era un escándalo y todos nos repartíamos entre buses, era más fácil esquivarlos y huir, pero en los recreos solo me quedaba irme a caminar a otros pisos con mi mejor amigo.
Además de eso he tenido que soportar a taxistas que se niegan a llevarme, profesores que no me ven a la cara y los famosos insultos callejeros de todos los días.
Esto lo escribe, en pleno 2011, un joven que nació y creció en una ciudad del mundo occidental. No es que fui enviado a prisión u obligado a trabajo forzado como Oscar Wilde a finales del siglo XIX, no fui ahorcado comoMahmoud Asgari en Irán ni enviado al exilio como miles de cubanos por “su condición” durante tantos años, pero igual he sido víctima de este incómodo estilo de vida de no dejar vivir en paz a los demás por sus diferencias genéticas.
Si usted nació latino, mujer, negro, homosexual, enano, gordo, flaco, muy alto, con Síndrome de Down, con dificultades para hablar, oír o ver… Acostúmbrese a ser maltratado o a pelear por no serlo.
¿Cuáles son los principios sobre los que se construyeron las civilizaciones occidentales de nuestros tiempos? ¿Amor al prójimo? ¿Liberté, égalité, fraternité?
Ok.
Oscar Wilde y Alfred Douglas. El padre de Alfred envió a Oscar a la cárcel por sodomía y grave indecencia.
Sobre el silencio
Tuve la suerte de ser un niño aplicado, nunca tuvieron que pedirme que hiciera tarea o estudiara para un examen porque cuando lo recordaban yo ya lo había hecho, así logré mantener mis cuadernos y libros lejos de mis padres.
Los de Manuel eran los días del nuevo colegio. Una vez mi papá llegó temprano a casa y nos preguntó sobre nuestro día.
- Bien, pa, bien…
Y fui a mi habitación a esconderme en juegos infantiles.
La verdad es que había sido un calvario: Manuel me pidió que lo tocara al frente de todos (“porque todos saben que usted quiere”), esperó a que rieran su chiste y me advirtió, casi dándome un beso, que al día siguiente nos íbamos a ver. Ahora que lo veo bien, él era mi vida social a los 13 años.
Cuando llegué al Colegio Humanístico las cosas cambiaron mucho. Tuve tres relaciones turbulentas, dije mentiras para ocultar mis verdaderas parejas y engañé a una muchacha por más de año y medio. Todo por miedo a mí mismo, a ser juzgado, señalado y apartado. Luego pagué por lo que le hice a ella (lo cual me parece justo) y más por el escandaloso, inmoral y descabellado acto de haber sido pareja de otro estudiante.
Ni una palabra en casa o a mis mejores amigos. Al menos no mías, algunas personas se tomaron la libertad de ahorrarme eso y lo hicieron ellos mismos.
Hoy rompo el silencio. Sí fui acosado durante la escuela, sí fui acosado durante el colegio, sí he sido desplazado y rechazado en las universidades, trabajos y en la calle, y sí me empujaron fuera de un bar por hacer algo indebido: ser homosexual.
Mahmoud Asgari, 16, y Ayaz Marhoni, 18, fueron ahorcados en Irán por ser homosexuales.
Sobre la vergüenza
Me avergüenza mi silencio.
No sobre mi sexualidad porque a nadie le debo explicaciones de cómo nací; me avergüenza mi largo silencio sobre el maldito maltrato y todo lo que hice para protegerlo.
Los Marqo Adrianes de 10 años eran muy capaces de decirle a sus padres o maestras lo que les hacían en la escuela. Podían decirles lo mal que se sentían y que sabían que, de alguna manera, aquello no estaba bien.
Los de 13 años pudieron decirle a sus hermanos mayores que un desconocido los atacaba todos los días. Pudieron preguntarle a los matones cómo sabían tanto de ellos si nunca se habían hablado, por qué tanto odio y por qué no se atrevían a pegarles.
Los de 16 pudieron decirle a sus novias que aunque las querían muchísimo y se sentía bien con ellas, realmente deseaban estar con “el otro”.
Pero tuvieron vergüenza de ellos mismos y lo callaron. Tuvieron pena de haber nacido y soñaban con despertar, al fin, arreglados.
Su sueño nunca se cumplió. Eso le pasa a quienes sueñan con lo imposible.
McDonald’s saca al aire en Francia un anuncio que invita a las personas a “ir como son”. En Estados Unidos este anuncio fue retirado.
Sobre el de 22 años
Yo sigo dándome vergüenza.
Cuando salí del bar, bloqueé el asunto. Mi mejor amigo, furioso, me dijo que no entendía cómo yo no estaba enojado y mi colega lloró por mí. Tuve unos 15 cambios emocionales en dos minutos y al final sostuve una sonrisa.
Entre el miedo, la vergüenza y la costumbre no supe muy bien qué hacer, aquello había sido tan humillante como mis más fríos recuerdos de la escuela y el colegio.
Más humillante, de hecho, porque estaba frente a personas que me conocían bien y yo volvía a ponerme la máscara del silencio esperando que no se dieran cuenta.
¿Voy a seguir soportando y callando?
Un niño de 14 años defiende, ante el Consejo Escolar, a un profesor que fue suspendido por sacar de su salón de clase a varios estudiantes que proferían insultos homofóbicos.
Sobre el “¿Y ahora qué?”
Esta es la segunda década del tercer milenio según el calendario gregoriano. Ya sabemos que la homosexualidad no es una enfermedad mental, que hay planetas orbitando dos soles al mismo tiempo, que millones de personas en el Cuerno de África se mueren de hambre y que cientos mueren asesinados diariamente en todo el mundo... La humanidad ha desarrollado demasiado conocimiento y tiene demasiados problemas por resolver como para seguir enfrentándonos por este tipo de cosas.
Mis manos pueden tomar otras manos, mis labios besar otros labios y mis ojos mirarse en otros ojos sin que importe lo que los demás estén haciendo.
Dos mujeres deberían poder vivir juntas y protegerse mutuamente con un seguro médico y construir su futuro con un crédito familiar.
Dos hombres pueden ayudarse a comprar zapatos, compartir su comida en cualquier parte y disfrutar del día.
Un niño o adolescente abusado o maltratado debe sentirse seguro de buscar ayuda y evitar daños mayores.
Y los adultos debemos denunciar los maltratos y buscar soluciones a problemas tan insólitos, trabajar para que las nuevas generaciones crezcan en ambientes seguros y que nadie los humille.
¿Qué puede pasar con un mundo en el que estas cosas tienen que ser escritas?
¿Quiénes somos y qué queremos? ¿Qué pasó con el bíblico amor al prójimo o con las revolucionarias ideas de la libertad, la igualdad y la fraternidad? 


*


1. En el 2005, Zapatero dice ante el Congreso de los Diputados, cuando se refiere a la aprobación del matrimonio gay en España: “… a la vez estamos construyendo un país más decente. Porque una sociedad decente es aquella que no humilla a sus miembros.”
2. Un diputado defendiendo la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo en Argentina se refiere a su vida como padre de un homosexual.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Se nos apagó Wangari



"Quien más me impresionó fue Wangari Maathai. Trabaja con mujeres de aldeas africanas y ha plantado más de treinta millones de árboles, con lo que ha cambiado el clima y la calidad de de la tierra en algunas regiones. Esta magnífica mujer brilla como una lámpara y al verla sentí el impulso irresistible de abrazarla, lo que suele ocurrirme en presencia de ciertos hombres jóvenes, pero nunca con una dama como ella. La estreché con desesperación, sin poder soltarla; era como un árbol, fuerte, sólida, quieta, contenta. Wangari, asustada ante aquel exabrupto, me apartó con disimulo."
La suma de los días. Página 108. Isabel Allende.

Entre docenas de maravillosas e increíbles mujeres que he conocido en los libros de Allende, se me apareció Wangari Maathai. Una señora extraordinaria que hace más de treinta años fundó el  Green Belt Movement (Movimiento Cinturón Verde) que ha plantado ya más de 40 millones de árboles.


Maathai se convirtió en la primera mujer africana en recibir el Premio Nobel de la Paz (2004), fue la primera mujer en el este y centro de África en recibir un doctorado y en el 2002 fue elegida para el Parlamento de Kenia con un 98% de los votos.


La revista Time la nombró en el 2005 una de las 100 personas más influyentes del mundo y las Forbes, una de las 100 más poderosas, solo para mencionar un par de reconocimientos internacionales.


Supongo que ella no fue perfecta o una heroína ecológica por excelencia (ojalá sí) pero definitivamente marcó una diferencia muy positiva en el estilo de vida de millones de personas con una idea: ayudar a las mujeres de su tierra reforestando.


Al sembrar árboles, cambió el clima y la sostenibilidad del suelo, ayudando a que las comunidades pudieran volver a vivir de la tierra y rescatar sus villas. 


Yo soy solo un estudiante costarricense que nunca ha estado allá, pero creo que África (tan intrigante y maravillosa) necesita más Wangaris.


El desarrollo del continente solo se puede alcanzar con un desarrollo íntegro de las comunidades, desde las más pequeñas. El calentamiento global hace que los desiertos crezcan rápidamente y que África se consuma entre pobreza y arena. 


Tienen desafíos enormes encima y no son responsabilidad exclusiva de los africanos. Todos tenemos que hacer algo al respecto.


Ayer, 25 de setiembre del 2011, a los 71 años de edad, Wangari falleció. El cáncer consumió su cuerpo.


Lamento perder la posibilidad de hablar con ella. Habría sido maravilloso que me dejara comprarle un café y que simplemente habláramos.


Espero que sus ideas se contagien y que millones en el mundo hayan recibido su mensaje (u otros con las mismas intenciones) y que su paso por el mundo no termine hoy.


Todos nos apagamos en algún momento. Larga vida al ejemplo de Wangari Maathai.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

22 de abril


Este cuento lo escribí para el 14to Concurso de Cuento Corto de 89decibeles que todavía está en curso. Las votaciones empiezan el 26 de setiembre y es solo para miembros del foro. Cualquier persona puede ser miembro del foro.

22 de abril

Para Alfredo, tomar café con el bochorno de una tarde limonense nunca fue una buena idea pero su adicción a la cafeína lo convenció de seguir con el hábito. Mientras ordenaba las sillas para la reunión de ese día con los miembros regionales del Partido, se burló de él mismo por no poder acostumbrarse a ese clima en 40 años.

La brisa entraba por las grandes ventanas que había abierto en la parte más alta de las paredes y desde el fondo se ayudaba con un ventilador eléctrico. Aquello era demasiado para un viejo josefino, pensó.

Viviana y Leonardo habían tenido un buen día de trabajo. Ella, maestra de preescolar, había dirigido una sorpresiva discusión entre sus estudiantes sobre las naranjas. Los más tradicionalistas respetaban su nombre mientras otros defendía su posición con su propia merienda: las naranjas eran amarillas. Ella quedó tan impresionada con los argumentos de los pequeños que lo comentó con sus compañeras a la salida y todavía en la tarde se reía en la cocina mientras partía unas para sus dos hijos.

Leonardo, mensajero de una empresa de alimentos, había hecho pocas entregas y pudo llegar a casa antes de las 3pm. Cada fin de mes sufrían crisis económicas que les envolvía en un ambiente frío y silencioso en el que hasta los niños participaban, pero además de eso, la vida en Coronado era tranquila.

Sonia, quien contaba un esposo y tres hijos muertos, dos hijas en el extranjero y otra solterona viviendo en el mismo cuarto durante 49 años, vivía entre el grupo de chismosas del barrio y la clínica de Guadalupe. Hacía fila en la panadería desde las 5:40am todos los días para darse el gusto de elegir primero y miraba a escondidas algunas series de televisión extranjeras que criticaba duramente en público.

Aquel lunes transcurría como muchos otros.


A las 12:23:02 Viviana tomaba el bus hacia Coronado, Leonardo almorzaba en el comedor de la empresa, Alfredo recibía un encargo nuevo de telas y Sonia elegía, sin ocultar su asco, una empanada de carne en una soda cercana a la clínica.
A la 13:59:41 gritaron su nombre desde una ventanilla, Viviana barría el cuarto principal, Leonardo pasaba por el cruce de Moravia y Alfredo le explicaba a su ayudante cómo mantener la espuma en su lugar mientras le cocía la tela.

Los hijos de Viviana tenía tres y un año de edad. Mientras sus padres trabajaban, la vecina, en vez de ir al colegio, los cuidaba. El mayor había descubierto los secretos de la colina del potrero del frente y se deslizaba con el menor en brazos. Todos los días contaba los pasos que le tomaba llegar hasta la cima. Creía que, como él, la colina crecía y algún día tendría el tobogán natural más alto del mundo.

Para ellos aquel lunes también era como cualquier otro. A las 14:27:26 el mayor sacaba cuidadosamente todas las semillas de su naranja mientras el menor luchaba, sin buenos resultados, porque el jugo se quedara en su boca.


A las 15:28:15 ya Sonia iba en el bus de regreso a casa. Odiaba esta parte del día: había salido en ayunas para su cita médica, aún así fue a elegir su pan, había hecho muchas filas sentada y de pie, había almorzado con asco en una soda pequeña y ahora iba sentada en un bus con una desconocida casi dormida en su hombro.

El calor del bus lo empeoró todo. El cabello se le había desordenado tanto que ya no intentaba acomodarlo y estaba segura de que su cara brillaba tanto como la empanada que almorzó. Cuando el bus alcanzó la iglesia de Guadalupe le pidió a la Virgen en silencio que la ayudara llegar pronto a casa.

Eran las 15:36:46.

A las 15:36:51 el Valle de la Estrella quiso partirse en dos. En su intento, quebró la roca subterránea y partió montañas. El brusco movimiento fue acompañado de un desgarrador estruendo que recorrió cientos de kilómetros hasta extinguirse.

Un par de segundos después el taller se sacudió con tanta fuerza que el ayudante y el techo desaparecieron de inmediato. Alfredo se encontró con una pared de cemento y la abrazó. Rezó a gritos con los ojos cerrados. A su alrededor escuchaba madera quebrándose, pedazos de cemento chocar contra el suelo y gritos. Muchos gritos.

A las 15:36:59, Viviana alzaba a los pequeños y los llevaba al corredor. Seguía alerta, lo que sentía en el estómago le preocupaba más que lo que sentían sus pies: miedo.

Leonardo la alcanzó en el corredor, le quitó al mayor del brazo y saltó con ella las cuatro gradas hasta la acera. Cuando cayeron, el suelo era de gelatina. Las ondas eran visibles.

Ambos intentaron gatear con los niños hasta el potrero pero el cemento les cortó las rodillas y empezaron a sangrar. Se acostaron muy cerca y protegieron a los niños con sus cuerpos. A su alrededor escuchaban ladridos, gritos, muchas cosas cayendo y los cables chocando entre sí. Luego, la lluvia de chispas.

Sonia terminó su breve conversación con la Virgen y profirió su mejor insulto en voz alta. Aquello no era el bus, los vitrales de la iglesia vibraban. 20 segundos después, todos gritaban. La mujer a su lado la abrazó.

El corazón de Sonia no quiso pasar por eso y se negó a latir más. Lo último que vio fue la impresionante y colorida explosión de los magníficos vitrales de la iglesia. Casi agradeció el espectáculo, pero ya no se contaba entre los vivos.

A las 15:37:28 la tierra se dejó de mover.

domingo, 4 de septiembre de 2011

El monstruo y yo (Parte I)



El monstruo
Roe cerebros, adormece cuerpos y roba energías. Yo lo conocí a los 17 años, me pareció atractivo y le pedí permiso para entrar en su boca. Me sonrió, guiñó un ojo y, de entrada, me ofreció drogas.
            Con la naturalidad de siempre las rechacé y fue la primera vez que, sin darme cuenta, lo insulté. Dejé que me masticara durante un par de años y sin que los dos supiéramos cómo, me salí de él y conocí otro tipo de empleo.
            Cuando comprendí mi suerte trabajé en mantenerme fuera de su alcance y me escondí. Mas la libertad duró menos de cinco meses y me encontró. Rugió encima mío mientras yo lloraba e imploraba que me dejara en paz, le grité que lo odiaba y que prefería el hambre a dejarme atrapar. Con un puñetazo en la cara me hizo callar, luego me desnudó frente a todos y una vez humillado, me tragó de nuevo.
            Dos años después sigo encerrado en su vientre. Han pasado cinco años desde nuestro lindo primer encuentro y ya mis sonrisas son menos suaves, mis carcajadas menos libres y mi sueño más liviano. El estrés hizo que mi cara se confundiera de etapa y volviera a una adolescencia grasosa, que mi cabeza se llenara de caspa en varias ocasiones, me dio bruxismo y tuve laringitis cuatro veces en un año.
            Como un zombie seguí tomando llamadas y haciéndole caso a los mandatos que me ladraba el monstruo hasta que un día tuve un sueño que me hizo detenerme en seco y valorar todo lo que tengo, lo que no y lo que quiero.



El sueño
            Billie repasa asuntos laborales en una computadora. Su escritorio está instalado en un puente de hamaca que pende sobre un abismo oscuro. Apenas se percibe el calor, el olor a azufre y el murmuro del fuego.
            Marqo Adrián entra por un lado del puente y con asco se sostiene de las barandas de mecate, camina con miedo y llega al centro.

Marqo Adrián: Billie… ¿Billie?
Billie: ¿Sí? … Hola.
Marqo Adrián: B, tengo algo muy importante que decirle y es necesario que deje de hacer lo que está haciendo y me escuche.
Billie: Mi tiempo es dinero, hable rápido.
Marqo Adrián: Billie, usted va a morir joven.

“…usted va a morir joven.”
        “…va a morir joven.”
        “….morir joven.”

            El mecate se rompe con un sonido seco y la luz lastima mis pupilas cuando el sol de medio día logra despertarme.




Billie despierta
Sea cierto o no, la posibilidad de que mi cerebro se apague pronto me hizo detenerme y estudiar el panorama con más atención, me reproché muchas cosas y tratando de detener el temblor de mi mandíbula respondí a las preguntas que mi periodista interno me hizo:

P: ¿Qué pasa si mañana un bus, un terremoto, un tornado, un asalto, una caída, una enfermedad, una vaca, un mosquito o el motor de un avión lo mata?

R: Habré vivido los últimos cinco años de mi vida quejándome de mi infelicidad laboral y de mi falta de tiempo, lejos de mis amigos y sin tiempo para la familia.
Además, no he leído todos los libros que quiero leerme, no he hecho películas ni publicado mi novela. No he tenido tardes para escuchar a mis abuelos ni para conversar con mi prima. No he jugado suficiente con mi hermano menor ni compartido suficientes ideas con mi hermana. No he visto a mi hermano mayor en semanas y apenas veo a mi papá cuando guarda el casco de alguno de mis hermanos después de un paseo dominical.
He desaprovechado los minutos que me regala mi abuelo en su octava década, las miradas verdes que me declaran su amor y que me gritan que tiene miedo de perderme. No he tenido una relación amorosa ni he ido a Chile.
            No hablo cinco idiomas ni conozco Moscú. No he aprendido a manejar ni a preparar bien las arepas. No he hecho mi blog de recetas de café ni pintado un gran cuadro. No he tomado suficientes tazas de café con mami ni compartido suficientes apreciaciones sobre nuestros amores literarios.
            No he caminado sobre África y no conozco los pingüinos. No he ido a pasear con mis cinco mejores amigos en mucho tiempo ni comido arroz con leche de mi Nana en años.
            No he tocado el suelo por donde caminó Alejandro Magno. Ken Follet aún no publica sus novelas sobre la II Guerra Mundial y la Guerra Fría y aún no me han dado el beso perfecto.

P: ¿Qué ha hecho entonces?
R: He pedido disculpas por el inconveniente, agradecido por haber llamado, pagado alquileres, comida, ropa, fiestas y un viaje. He trabajado horas extra y sacrificado días libres. He cambiado de carrera dos veces.
            Ignoré, durante cuatro años, cualquier intento de acercamiento amistoso de cualquier persona y me he alejado de mis amigos de la infancia hasta el punto de no saber nada de Adam, mi mejor amigo durante toda la escuela.
            He aprendido a operar varios sistemas, a aplicar préstamos, créditos, cargos y descuentos.
            He…

P: ¿Qué cosa?
R: Desaprovechado mucho tiempo sin saber si es el último que tengo.

            Por eso he afilado mi cuchillo y soñado que es una espada. Quiero cavar una salida y huir. Me imagino corriendo como nunca dejando que las lágrimas se lleven los feos recuerdos y el peso del tiempo perdido.
            Y un día voy a volver a ver al monstruo a los ojos, tocaré mi sombrero y ladearé levemente mi cabeza (no voy a perder los modales) y seguiré mi camino. Él sabe que miles hacen fila para ser devorados, entenderá que lo he superado y esquivará mi mirada.


            Continuará.