lunes, 25 de marzo de 2013

Europa 2013 - Capítulo III: Praga, República Checa




Parada en el Este
Mi visita a Praga fue bastante diferente a todas las del viaje. A diferencia de mis visitas a Roma y Viena, en Praga no consumí museos. Sí caminé por la ciudad, sí salí en la noche y sí viví con checos, pero todo fue distinto.
            El territorio que ahora ocupa el país ha sido dividido, reunido, anexado, invadido y vuelto a juntar muchísimas veces durante los muchos siglos de historia que tiene encima.
El país era parte de la corona austríaca, de los Habsburgo, hasta 1918 cuando el Imperio cayó después de la Primera Guerra Mundial y el territorio empezó a formar parte de un nuevo país, Checoslovaquia.
Esta nueva nación también sufrió transformaciones políticas importantes en la primera mitad del siglo y después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un satélite de la Unión Soviética.
En 1991 la Unión Soviética finalmente se desintegró y dos años más tarde, Checoslovaquia seguiría el mismo camino. Se formaron entonces dos nuevas naciones: Eslovaquia y la República Checa.
En 20 años, la nueva república ha intentado, con algunos aciertos y muchos obstáculos, integrarse a la comunidad occidental, adoptar nuevas políticas comerciales y formar parte de los foros más importantes del mundo. El país es parte de la Unión Europea desde el 2004, aunque mantiene su moneda, la corona.


El primer descanso
Llegué a Praga el jueves al medio día y me fui el sábado a las 9:00am. Otra visita fugaz.
            Mis anfitriones fueron Marian y Tomás, una alegre pareja checa que dedicaron dos de sus noches a mostrarme sus restaurantes y clubes favoritos, llevarme a caminar por los lugares más hermosos de su ciudad y mostrarme cómo funcionaba la vida gay en este país en el centro del continente.
            Podían recibirme hasta las 5:00pm del jueves y yo llegué al medio día, así que tomé mi mochila gigante y me registré en un hostel por un par de horas. Me bañé, reacomodé mi mochila y me acosté a dormir. La zona en la que estaba era muy silenciosa y no había nadie más en mi habitación. Mi cuerpo agradeció esas horas de sueño.
            Florenc es un lugar deprimente y, lastimosamente, fue la primera impresión que tuve de Praga. Las calles dormidas y sucias, tristes y abandonadas, daban la impresión de que hacía años la gente había dejado de preocuparse. Lo único que hacía ruido era el tren pasar y atrás dejaba un montón de humo que silenciosamente se impregnaba en paredes y techos.

            Por dicha, salí rápido de ahí y con alguna dificultad para leer checo y comunicarme con una ciudad que habla muy poco, y mal, inglés, logré llegar al trabajo de Marian e iniciar mi pequeña divertida aventura en la ciudad.
            El apartamento de mis checos favoritos es precioso, y muy, muy gay. Fotografías de los dos adornan paredes y estantes y cuidadosos artículos de decoración alegran cada instancia.
            Era una noche de invierno, pero aún así quisimos salir. Caminamos por la ciudad, vimos de lejos el Castillo de Praga iluminado, nos detuvimos a ver las figuritas del Reloj Astronómico de Praga bailar justo a las 7:00pm, pasamos por el Puente de Carlos y nos metimos en hermosas callecillas secundarias hasta alcanzar la orilla del río Moldava.

            Pasamos a varios de sus cafés favoritos, conversamos sobre nuestras perspectivas de vida, sus planes y situaciones laborales y mi viaje, y comimos a lo checo.
Aún me hacen gestos de pánico cuando les cuento a mis conocidos que comí carne cruda con huevo crudo revuelto con varias especias y embarrado en pan. Pues también comí otros tres platillos de nombres impronunciables y los cuatro estaban exquisitos. Mis checos favoritos saben elegir y recomendar.



           
Ztracený
Mi día en Praga empezó bastante bien aunque todo está en checo y la ciudad sea un desorden (si se compara con Viena, cosa que no pude evitar). Caminé desde Muzeum hasta el Reloj Astronómico para verlo todo de nuevo con la luz del sol, y luego seguí las instrucciones de mi anfitrión hasta encontrar el centro comercial.
            Tras caminar algunas tiendas y probarme algunos zapatos y abrigos, me decidí por unas botas grandes, abrigadas y con suela alta para protegerme de las condiciones árticas de Noruega.
            Calculé el precio unas cuatro veces porque no podía creerlo. Llegué a creer que calculaba mal o que tenía un tipo de cambio incorrecto y le pedí ayuda a Google. Era cierto: Checa es un paraíso comercial, las botas de cuero con su aerosol protector y hasta un paquete de medias no costaron ni siquiera 40 mil colones ($80)
            Almorcé y seguí mi camino. Llegué al hermoso Puente Carlos, lo atravesé, caminé en las cercanías y luego tomé el metro hacia el Castillo de Praga. Todo iba bien hasta que me perdí.

            En todo el viaje, la perdida en Praga fue la más traumática y frustrante de todas. En una ciudad donde todo está en checo y casi nadie habla inglés, un turista perdido en medio invierno no existe.
            Caminé y caminé hasta encontrarme en un bosque precioso con una vista maravillosa. Me senté a descansar y luego bajé de nuevo hasta las oficinas gubernamentales.
            Después de haber caminado varias horas, decidí tomar el tranvía y salté al primero que pasó. Iba de pie frente a la ventana y el Castillo apareció en la colina, sonreí, e inmediatamente empezó a alejarse, empalidecí. El tranvía cruzaba el puente hacia el otro lado de la ciudad…
Mientras veía el Puente Carlos alejarse y los reflejos del sol en el río, pensé en que en algún momento me reiría de aquella situación. No sabía que aquel “momento” llegaría solo unos segundos después y antes de llegar al otro lado, ya iba riéndome solo como un loco más en el transporte público praguense.
Salté del tranvía tan pronto se detuvo y empecé a caminar otra vez. Crucé el Puente Carlos y visité algunos mercadillos de artesanías antes de subir una de las cuestas más problemáticas de mi vida.
Llevaba horas caminando y el peso de la frustración encima, además caminaba con unas botas gigantes y nuevas y la cuesta era cada vez más pronunciada.
Cuando alcancé las puertas del Castillo, suspiré y miré hacia atrás para reírme del camino que quiso matarme de un infarto, pero la vista de la ciudad casi me provoca otro. Es deliciosa.

El viento jugaba con mi cabello y de pronto todo fue lindo otra vez. Las puertas estaban abiertas pero custodiadas por dos serios guardas. Y adentro, la catedral lucía una lúgubre fachada negra con unas amenazantes torres que tocaban el cielo.
Había muy pocos turistas y caminar por el complejo del castillo era bastante placentero. El frío helado y el eco de los pasos de los pocos presentes convertían el momento en algo nostálgico y mágico. Aquellas construcciones medievales parecían dormir después de haber sido testigos y protagonistas de tantísimos pasajes históricos. Se lo merecían.

            Los museos ya habían cerrado y no tuve más opción que sentarme y descansar en la cima de la capital del antiguo Reino de Bohemia y la recién desaparecida Checoslovaquia. Respiré recuerdos ajenos por casi una hora más y bajé la pendiente.
            Las gradas estaban llenas de cantantes y músicos con gorritos vueltos en el piso. Unos tocaban el acordeón, otros guitarras y había un par de percusionistas, un cantante dedicaba su tarde a alabar al Che Guevara y otros coreaban canciones de Nirvana. Fue la manera más extraña e inesperada de despedirme del Castillo.

Noche de chicos
Mis anfitriones y yo dedicamos mi última noche en Checa en un tour de bares, cafés y clubes gay. Con ellos me llevé la impresión de una ciudad muy abierta a la diversidad, y un par de besos en el metro sin provocar escándalos y gigantescos festivales de la diversidad en verano parece ratificar mi percepción.

            Los lugares son tan diversos como sus comensales, desde grandes restaurantes hasta pequeños e íntimos cafés, bares bajo la superficie y clubes de varios pisos. Pasamos de uno a otro tan rápido  como si fuera una representación de mi tour europeo. Sin grandes acontecimientos ni males amores encontrados, volví a casa a dormir para partir al día siguiente.
            Como en los dos países anteriores, aquella era la noche de la despedida. Los chicos se acostaron a descansar antes de otro sábado familiar y yo, antes de partir hacia mi cuarta parada.
           
Sbohem, Praha
Una ducha, una postal y una mochila. Dejé Praga tan rápido como había llegado. Las impresiones que me llevaba eran tan confusas y dispersas que pronto fueron archivadas a la expectativa de la siguiente ciudad.
            Solo cuatro horas me separaban de mi ciudad favorita. Volvería justo antes de cumplir tres años de haberla dejado.



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Índice
Enlaces directos a cada capítulo del recorrido:


Capítulo III: Praga, República Checa
Capítulo IV: Berlín, Alemania
Capítulo V: Oslo, Noruega
Capítulo VI: ISFiT 2013 – Trondheim, Noruega
Capítulo VII: Neubrandenburg y Hamburgo, Alemania
Capítulo VIII: París, Francia
Capítulo IX: Ámsterdam, Holanda
Capítulo X: Regreso a casa y Conclusiones

The English version will be published at the same time in a separate note. [La versión en inglés será publicada al mismo tiempo en una nota separada.]


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